La suerte ayuda
Fecha: 20/10/2022,
Categorías:
Confesiones
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... solos a la hora de cerrar, Irene y yo nos acostamos. Era la primera vez que yo lo hacía con una mujer que no era prostituta, de las de pagar.
Puede que indirectamente sea Irene la culpable de mi gusto por llamarle puta a las mujeres durante los momentos previos a mi orgasmo, a ella eso siempre le ha excitado y me lo pedía habitualmente, de manera que me acostumbré durante las muchas veces que follamos, en el pasado y ahora, porque nunca hemos dejado de vernos, de tener confianza y, por supuesto, de darnos gusto mutuamente.
Desde hace unos cuatro años vive Irene en la costa de Almería. Enviudó pocos años después de haberse casado, sin hijos, tuvo la suerte que una importante empresa inmobiliaria se interesó por los terrenos en donde estaba situado el almacén —han construido ahí mogollón de pisos— le pagó bien, incluyendo un chalet en el pueblo en donde vive actualmente y un piso nuevo para su hermano en una moderna zona residencial. Más o menos cada tres meses viene a Madrid a ver a sus dos sobrinos, de tiendas, al fútbol —es una forofa madridista feroz— quedamos en su antiguo piso del barrio, charlamos, nos contamos nuestra vida, tomamos unas copas, y follamos.
Irene es una mujer que resulta atractiva, de estatura mediana, pelo castaño siempre teñido de rubio marilyn, lo lleva bastante corto, sin flequillo, peinado hacia atrás en la mayoría de las ocasiones, destapando sus pequeñas orejas redondeadas. En su rostro moreno de sol destacan las oscuras pobladas cejas, ...
... que contrastan con el color del cabello, expresivos ojos marrones, siempre brillantes, la nariz romana, algo grande, y una boca acorazonada de labios anchos, chupones. Es delgada, ágil, fibrosa, con tetas que parecen grandes para su cuerpo, más bien bajas, separadas, apuntando cada una a un lado, empiezan un poco planas y ganan rápidamente volumen para, ya al final, ser redondeadas, como si fueran dos quesos de bola, duros, ligeramente aplastados, con pezones redondos, grandecitos, oscuros, del mismo color marrón que las pequeñas areolas circulares que los contienen. Ni gota de grasa en el estómago o el vientre —le encanta comer y tomar copas, pero jamás engorda— resulta llamativo el abundante vello púbico, del mismo color rubio que el pelo de la cabeza —lo tiñe porque así le gustaba a su difunto marido y ha continuado con esa costumbre, a ella también le gusta— que arregla de distintas maneras, aunque nunca lo depila del todo. Le encanta que le coma el coño, con el sexo oral goza como una yegua en celo, más que cualquier otra mujer que yo haya conocido, porque tiene un clítoris ancho y largo protegido por un llamativo capuchón también grande, en erección más parece un gran pezón tieso o una minipolla dura.
Su culo ancho, es alto, duro, como un perfecto melocotón atravesado por una raja muy apretada que parece querer proteger el redondo agujero marrón, pequeño, que siempre me ha resultado muy apetecible. Ella me enseñó a darle por el culo a una mujer, primero con la lengua y ...