... atravesando huertas que llevaban a un robledal, donde acabaríamos de comer las cerezas que metiéramos dentro de las camisas.
Aquella tarde, Germán, un viejo que usaba boina y llevaba puesto un pantalón de pana y una camisa negra que se volviera casi marrón de tanto usarla, en la puerta de la casa de Matilda le estaba dando las quejas.
-... Me rompen las ramas y me joden el cerezo,
Matilda, la madre de Pablo, tenía 36 años y un cuerpo que quitaba el hipo... Tenía de todo y todo muy bien puesto le preguntó:
-¿Estás seguro que era mi hijo?
-Sí, era tu hijo y Quique, el cabronazo ese que va de machito.
-Hablaré con Pablito cuando llegue a casa. ¿Hay algo que pagar?
-No, pero la próxima vez, si la hay, puede que tu hijo acabe con el culo lleno de sal de un cartucho de mi escopeta.
Matilde, tenía muy mala hostia. Poniendo una cara que metía miedo, le dijo:
-¡Y tú muerto! ¡¡Fuera de mi vista!!
El viejo, escopeta en mano, se fue mascullando Dios sabe que barbaridades.
Cuando Pablo llegó a casa ya sabía que el viejo hablara con su madre y que si hacía lo que le había dicho Quique podría acabar caliente, aunque también podía ser que si lo hacía se cumpliera su sueño. Matilde estaba sentada en una silla de la cocina.
-¿Quieres merendar?
Parecía que no estaba enfadada.
-Ya vengo merendado.
-Harto de cerezas. ¿A que sí?
Pablo, fue junto a su madre, le quitó una zapatilla del pie derecho... Era una zapatilla negra, de felpa, con piso ...
... esponjoso, de las baratas, de las que se compraban en el mercado. Se la puso en la mano derecha. Quitó el cinturón, bajó la cremallera y bajó los pantalones. Ya estaba totalmente desarrollado. Una polla de unos quince centímetro, gorda y a media asta quedó colgando sobre unos huevos hinchados. Le levantó el vestido a su madre y se echó sobre las piernas desnudas, blancas cómo la leche y llenas de vello negro.
-Castígame, madre. Fui malo.
-Mala me estoy poniendo yo, hijo.
Pablo, se preocupó por su madre.
-¡¿Te mareas?!
-Casi, hijo, pero no es la clase de mareo que tú piensas.
Le dio.
Matilda, nunca lo había azotado así. Sentía la cabeza de la polla de su hijo mojada rozando una de sus piernas y comenzó a mojarse.
-¿Quién te dijo que me provocaras, Pablito?
-Quique.
-¿Le contaste lo de los escotes, lo de los azotes y otras cosas?
-Sí.
-No se le cuentan a nadie las intimidades.
-Es mi mejor amigo. Y sabe guardar secretos.
-¿Qué busca? ¡Ay Dios como estoy poniendo!
-Follarte... Bueno que te follemos los dos. ¿Qué te pasa, madre?
-Estoy muy mojada, hijo.
-¿Allí abajo?
-Sí, hijo, sí. ¡Y ni te puedes imaginas cuánto!
La mujer azotaba al hijo con ganas, y su coño... ¡Ay su coño! Su coño se abría y se cerraba sin parar. Llevaba muchos años sin probar polla. Tiró con la zapatilla.
-¿Qué más te dijo que hicieras para seducirme?
-Esto.
Pablo, se puso en pie, le echó las manos a las esponjosas tetas. Las palpó con tanto mimo que ...