... parecía tener miedo a romperlas.
-Aprieta, hijo, aprieta.
La polla de Pablo se puso cómo un palo.
-¿Te gusta que te apriete las tetas, mamá?
-Sí, hijo, mucho. Mamá está muy cachonda. Dile a Quique cuando lo veas que te dejé jugar con mis tetas.
-Se lo diré cuando lo vaya a buscar. Está esperando en el monte. ¿Me dejas que te las chupe?
-Te aprendiste bien el guion de ese pícaro.
-Si, ese pícaro, cómo tú le llamas, es un buen maestro, se folló a casi todas las mujeres casadas de la aldea.
-¡¿Qué?!
-Lo que oyes. ¿Me dejas que te chupe las tetas?
-Llevas tiempo deseándolo, ¿verdad?
-Sí.
-Lo sabía. Tardaste mucho en decidirte.
-¿Debí pedirte antes que me dejaras tocártelas?.
-Mucho antes. Una cosa iba a llevar a la otra.
-Si, tú no quieres, no, madre.
-Voy a querer, hijo, voy a querer. ¿Folla bien Quique?
-Sí, folla, y come el coño cómo nadie.
-¿Seguro qué es de fiar?
Sí, pongo el culo en el fuego por él
Matilda bajó la cremallera que tenía a la espalda. Bajó el vestido hasta la altura de la cintura. Quito el sujetador. Quedaron al descubierto dos melones con tremendas areolas marrones y gordos pezones. Pablo tenía delante la fruta prohibida de sus sueños. Su cara era de felicidad total.
-¡Qué bonitas! -las palpó- ¡Qué suaves!
Acarició y mamó dulcemente. Matilda se mojaba cada vez más. Al rató, acariciando el cabello de su hijo, le dijo:
-Pellízca un pezón y chupa la otra teta.
Pablo fue pellizcando y ...
... mamando, cada vez con más ansia, una teta. la otra... Matilda le cogió la polla a su hijo. Pablo, al sentir el contacto de la mano de su madre, se corrió, pero eso no fue lo asombroso, lo asombroso fue que, Matilda, al sentir la leche calentita en su mano y la boca de su hijo mamando las tetas, le dijo:
-Mamá se va a correr, Pablito, mamá se va a correr. ¡¡Mamá se corre, Pablito!!
Matilda, se corrió, eso sí, en silencio, solo la delataba el temblor de sus blancas y peludas piernas y sus ojos, ya que uno miraba para Barcelona y el otro para Orense.
(Todo esto que pasó me lo contó Pablo al día siguiente)
Cuando llegamos a casa de Pablo, Matilda, estaba vestida lavando unos cacharros cómo si nada hubiese pasado. Al vernos, secó las manos, y me dijo:
-No quiero verte más con mi hijo. Eres una mala influencia.
Un poco más le meto una hostia a Pablo que le dejo la boca del revés.
-Cómo diga, señora Matilda.
Me di la vuelta para salir de allí lo antes posible, cuando oí cómo me decía:
-A no ser que lo que me dijo de ti no sea cierto.
-No, si voy a acabar por partirle la cara.
Se puso altiva.
-¿A quién? ¿A mi hijo? Si un día le tocas te corto los huevos.
-Pillado. ¿Qué le dijo?
-Que comes el coño cómo nadie.
-Le mintió. Lo como cómo yo solo.
-¿Y follaste con la mayor parte de las mujeres casadas de la aldea?
-Eso también es mentira.
-¿Sí?
-Sí, no follé ni a la mitad.
-La tabernera te da el tabaco rubio, ha fiado. Siempre me ...