Humillación extrema de un ser patético
Fecha: 03/07/2022,
Categorías:
Dominación / BDSM
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... que con ella me envalentonara. Discutimos antes de la última clase y, para marcharse, me dejó rayadas muchas páginas de un libro de texto. Grité su nombre, como veía hacer en las películas, y salí corriendo a buscarla. Al alcanzarla e iniciar la riña, me soltó también ella un hostión con la mano abierta que acabó con los pocos cojones que siempre he tenido al punto. Luego me acompañó junto a sus amigas, un amigo mío y un grupo de comparsa hasta la calle en que ellas doblaban para seguir otra dirección de camino a casa. Como seiscientos o setecientos metros riéndose de mí y burlándose e insultándome todas ellas, mientras mi atormentadora me acosaba continuamente con bofetadas y collejas. Un auténtico calvario. Y además a la salida de clase, con toda la chavalería y chiquillería allí presente y gran parte de ellas acompañándonos durante algún trecho. Esta vez sí trascendió y fue definitiva para mi consagración como pardillo del colegio y punching ball de todo aquél que zumbándome deseara divertirse un rato.
Ya llegados a la edad de diecisiete o dieciocho años, uno de aquellos muchachos de barrio imponía su ley sobre los pringados como yo. Medio gitano, aunque no lo aparentaba, pues era rubio, de tez y ojos claros. Lo que más llamaba la atención en él era su complexión. En aquella época (finales de los 80) en que los gimnasios aún no se habían popularizado y la figura del cachas era algo que empezaba a verse en el cine y, muy raramente, en la calle, normalmente turistas, ...
... este entrenaba con su tío en unos de los dos únicos que había pesas en la ciudad en aquél entonces –ya digo que aún no se habían popularizado-. De natural ya tenía un físico musculoso y definido, y con las pesas se ponía ya tremendo. Además, estaba muy maleado y parece ser que ya había pasado en dos o tres ocasiones por la cárcel (entonces la edad penal estaba fijada en los dieciséis años).
La gente le tenía pánico, y yo ni os cuento. Ya en el instituto, solía darme de bofetadas y/o collejas por pura diversión. Era muy humillante, sobre todo cuando habían chicas delante, y en alguna de las pocas ocasiones en que alguna de ellas protestó (tampoco nada enérgico en ningún caso), aún me lo sentí más. Pero la peor, sin duda, fue aquella en la cual Elizabet P.E, el pibonazo que enamorada nos tenía a toda la chavalería varonil y que en algún caso había sido de aquéllas que tímidamente había intentado defenderme, en ésta en cambio, acompañada por unas amigas y su hermanito pequeño (de parvulitos, recogido al salir del centro de escolar que había junto al instituto), le pidió muy divertida a Carlos, que así se llamaba el matón de que hablo, que le enseñara al niño lo que hacía conmigo. Debieron ser treinta o cuarenta minutos de suplicio insoportable. Me pegó collejas, bofetadas, me tiró al suelo y se sentó sobre mi pecho para darme en la cara a continuación… todo ello mientras ellas y el niño se reían mirando, pasándoselo en grande y sugiriéndole ideas a mi atormentador. “¡Pégale en ...