Todo comenzó tras la separación de mis padres. Sin tratarse de una separación traumática en exceso, sí acentuó mí ya característica timidez.
Quedé a cargo de mi madre, Rosa, de 40 años, 1,65 de estatura, morena, pelo corto hasta los hombros, poco pecho y anchas caderas.
Con amigos de similar edad tan retraídos como yo, y las hormonas ebullición, mis mayores experiencias sexuales – si se las podía llamar así – se trataba haber logrado ver las braguitas de alguna de las amigas de mi madre, señoras maduras que algunos fines de semana la visitaban en nuestra casa, y que, confiadas en mi aspecto inocente, cometían algún que otro descuido al cruzar las piernas sentadas, etc., lo cual era aprovechado por mí para indagar bajo sus faldas, -con escaso éxito, sin que apenas lograra el objetivo unas cuatro o cinco veces -.
Puede parecer una absoluta bobada que aquellos éxitos me excitaran de tal manera, pero como ya he dicho antes, a mi edad, con las hormonas en ebullición, y sin otro tipo de oportunidades o referentes femeninos, lograr ver las braguitas de las amigas de mi madre, aunque solo fuera durante los instantes de un cruzamiento de piernas, suponía algo de lo más emocionante, siendo Nuria, una señora de edad y fisionomía similar a la de mi madre, aunque con bastante más pecho, y de carácter aparentemente tan hogareño y puritano como la misma, el objeto de mis primeras fantasías sexuales y masturbaciones nocturnas.
Debido a la escasez de éxitos, -tampoco era cosa de ...
... estar al acecho de forma constante y con ojos de halcón en las reuniones de un grupo de amas de casa tomando café- y al creciente deseo en la búsqueda de situaciones excitantes, terminé espiando en los cajones donde mi madre guardaba su lencería.
Deseaba conocer el tacto de la ropa interior femenina, y a falta de otro tipo de oportunidades, solo podía acceder a la suya.
Con el máximo cuidado de dejar las cosas en idéntica posición y evitar que mi madre pudiera sospechar nada, -cosa que me pondría en la embarazosa situación de tener que explicarle que buscaba entre su ropa interior, - miraba y palpaba sus braguitas como si estuviera realizando una autentica hazaña, ya que la sensación del riesgo a ser descubierto y la improcedencia de aquel acto, me provocaba una subida en el nivel de adrenalina por lo que yo consideraba sumamente arriesgado.
Aquello terminó pareciéndome poco y, tras cerciorarme de que, de forma mayoritaria, sus braguitas eran de color blanco y relativamente similares, me arriesgué a sustraerle unas para experimentar con las mismas de cualquier forma excitante aprovechando alguna ausencia prolongada de mi madre.
La oportunidad ocurrió días después, cuando me dejó a solas en casa afirmando que iba a visitar a una amiga.
Nada más salir de casa me desnudé por completo. Excitado por lo que para mí se trataba de una nueva y temeraria experiencia, me puse sus braguitas deleitándome en la suavidad de la tela contactando con mi miembro.
Me miré en un ...