... barra con la morena esa. ¿Si lo ve? Es guapo, como usted, pero hasta ahí. Ni modos, soy casada. ¡Una mujer prohibida!
—¿Brad Pitt? ¡Jajaja! Ok, pero y quién es ese… ¿Mickey Rourke? A ese si no lo tengo presente. En fin, mira Silvia, podrás ser todo lo casada que quieras pero eres muy hermosa, así desees a veces pasar inadvertida, tú atraes la atención así no lo reconozcas, pero me gustas y no es de ahora, ni creas que lo que siento en estos instantes por ti, es por venganza o para causarle celos a Martha. ¡No! Te deseo y sería muy feliz de al menos pasar más tiempo contigo, a solas…
—Silvia, anoche me dormí en paz, en calma después de tantos insomnios por culpa de mi esposa y sus… En fin. Pensé en ti, en tu rostro, tus esmerados cuidados y en tu cuerpo. Y yo… —Levanté mi mano derecha y le acaricié con ternura su mejilla.
—Don Hugo por favor, no siga con esto, no me lo ponga más difícil. —Se lo dije muy suavemente, casi entre susurros–. Él me regaló una sonrisa entre abriendo un poco sus labios y en sus ojos grises la confirmación de su interés por mí. Y sentí una descarga entre punzadas intermitentes.
—Tú pensaste… ¿En mí, Silvia? ¿Anoche tu tal vez?… ¿Un poco? —No señor, disculpe voy al aseo un momento–. Le mentí.
Como le iba a decir que sí. Qué a pesar del agobio en mi esposo, yo me había encerrado en el baño y apartando todo, tantos años en común, me había masturbado pensando en él, dejándome entre fantasías, amar por mi jefe.
En el baño me cambié de ...
... toalla y me miré al espejo, en el reflejo el rostro de una mujer que sonreía por ser anhelada, y en los destellos de mis ojos cafés, la culpa de una mujer que aún no había dado el paso… ¿Deseado? Me recompuse el traje y salí de allí con la firme convicción de poner un alto.
Lo encontré observándome atentamente acercarme hasta la mesa, alegre, confiado y la copa de vino en su mano, llevándola elegantemente hasta sus labios. Me senté de nuevo, lo miré y le dije…
—Veo que no me escuchó, –trague saliva– llegué a mi casa y me encontré con el disgusto y la indiferencia de mi esposo–. Por supuesto que no pensé en usted ¡faltaría más! No es el primer hombre que veo desnudo ni al primero que tengo que lidiar con su borrachera, de hecho creo que no será usted tampoco el último.
—Está bien, está bien, no te enfades Silvia. Prometo que lo intentaré. —Lo dijo seriamente, tomando mis manos entre las suyas por encima del mantel–. Pero esa promesa no calmó mis dudas, por el contrario me generó más inquietudes.
Y nos quedamos los dos en silencio, hasta que nos llevaron el almuerzo a la mesa.
—Mira necesito ahora concluir lo mío con mi esposa. Necesito conseguir un buen abogado y aportarle las pruebas que tengo para que el divorcio salga a mi favor. Sé que la custodia de mis dos hijos va a ser una batalla legal complicada. —Fui a decirle algo pero no me dejó y siguió hablando. Entre tanto yo daba buena cuenta de aquella exquisita lubina y a la segunda copa de vino.
—Por eso ...