... mujer y hablemos, yo… ¡Buahhh! ¿Sabes qué querido?… Disfruta de tu puto almuerzo con tu secret… —Y mi jefe cortó la llamada. Ella insistió dos veces más. A ninguna respondió.
Ahora, sí antes estaba metida en enredos con mi jefe, el saber que su esposa conocía que había salido a almorzar conmigo, me hacía sentir como una verdadera plasta de mierda. Se me quitaron las ganas de almorzar, de todo, menos de llorar. Cuando salimos a la calle, llovía fuertemente. Y yo seguía con lágrimas en mis ojos, dientes apretados de rabia por mis estúpidas decisiones y la angustia atrapada entre mis puños cerrados.
—Discúlpame Silvia, me alteré. No llores por favor. Tú no tienes la culpa y menos sentirte mal por acompañarme. ¿Te gustaría almorzar algo en especial? Conozco un sitio encantador que estoy seguro, te va a ayudar a calmar los nervios. —Sollozando le contesté que no tenía mucha hambre y era cierto.
—Bueno déjame invitarte a una marisquería, queda cerca y es un lugar que nos puede brindar cierta intimidad para que dialoguemos. Anda, deja de llorar. —Y posó su mano sobre mi muslo–. Se la retiré educadamente y limpié de mis ojos el llanto.
Don Hugo tomó hacia El Paseo de la Castellana, dirigiéndose hacia un centro comercial no muy lejos de la oficina. Yo nunca había estado allí, solo sabía de el por avisos de publicidad que había visto en algunas de las revistas que leía mi mamá con avidez. Estaba al tanto de que se especializaba en la moda, un lugar con grandes almacenes de ...
... ropa de marca. Imposible para mí salario y aburridor sería tan solo pasearme por allí para mirar las vitrinas de los almacenes de moda, antojarme e irme con las manos vacías.
Recorrimos los amplios pasillos caminando sin afanes, yo al lado de él pero no muy cercanos, ni pensar en ir por ahí tomados de la mano. Se detenía él a veces, frente a las vitrinas de almacenes de calzado, observaba, luego en el siguiente, pero a ninguno entraba. Después en el otro nivel, admiraba vestidos para hombre, ya en otros, los relojes y las joyas. Más adelante ingresó a un almacén de ropa femenina. Todo allí me deslumbraba, los vestidos, los zapatos, sombreros, accesorios para mujer, un almacén sencillamente primoroso y yo me sentía como en el Disney World de la moda, todo tan fastuoso y obviamente, prohibitivo para mis finanzas.
Don Hugo se acercó a una de las empleadas y sostuvo con ella una breve conversación, luego me hizo una seña para que me acercara a ellos. Lo miré extrañada y el, tan sonriente alzó sus hombros y me hizo un guiño cómplice. Se acercó a mí oído para decirme que tendríamos que llegar a la oficina con varias bolsas en la mano, para evitar los posibles rumores. Me pareció una idea genial. Pero una duda me asaltó de repente. ¿Le compraría ropa, a la mujer que acababa de amenazar con dejarla en la calle?...
—Bueno Silvia, escoge lo que te guste y por el precio no te preocupes. —Lo miré sin entenderle, y en mi boca se fue formando una «O» de completo asombro.
—Don ...