... Podrías por favor ayudarme a bajar estas dos bolsas hasta el automóvil? Yo me encargo del resto. —Lo dijo delante de mis compañeras de oficina, que nos observaron en silencio, como para que no me quedara otra opción más que responderle afirmativamente.
—Por supuesto jefe, yo le colaboro. —Y miré a Amanda con cara de resignación para decirle que si podía cerrar la oficina antes de irse, pero ella se me anticipó.
—No te preocupes tesoro, ve y recoge a tus niños que yo me encargo de montar la alarma y dejar bien cerrada la oficina. Descansa y que te mejores. ¡Ahh Silvia! cielo, me saludas a tu esposo, que guapo es, por eso no querías presentárnoslo ¿cierto? —Me lo dijo en un tono de voz bajito cerca de mi oído para que don Hugo no la escuchara.
—¡Cómo! Exclamé también entre susurros. ¿Rodrigo estuvo aquí? ¿A qué horas? ¿Por qué no me dijiste antes? —Amanda sorprendida por mi reacción me respondió…
—Pues es que llegó justo después de que te hubieras marchado con el «ogro». Pero tranquila que no venía a nada en especial. Solo que estaba atendiendo una visita en otra planta del edificio, así que me dijo que no era importante y se me olvidó decírtelo antes.
—Es un amor Silvia, tan detallista contigo. —Y ella miró hacia mi escritorio, sobre el archivador, hacia aquel ramo de rosas que todas creían que era mi esposo el que me las había obsequiado.
—Bueno gracias, yo le doy tus saludos. Hasta mañana. —Me fui a dar alcance a mi jefe que me esperaba junto a las ...
... puertas del ascensor, con una de sus manos deteniendo las compuertas.
—Bien Silvia, vamos y te acerco hasta el colegio de tus hijos. —No señor, como se le ocurre, alguien nos podría ver. Ya está bien, en serio. Tengo muy complicada mi vida para arriesgarme a más. —Le respondí un tanto alterada.
—Solo te dejaré cerca, a unas calles de distancia para que no te afanes. —Ummm, está bien, le agradezco pero nada de caricias ¿Le quedo claro?
—Por supuesto, entendido. —Y arrancamos en su coche.
Efectivamente no sucedió nada fuera de lo normal entre los dos, le confirmé las reservas y anduvimos bastante rato en silencio, solo que al despedirnos me vi forzada a recibir de él, un beso en la mejilla, con su boca entreabierta, humedeciendo mi piel.
—Por cierto Silvia… ¿Y qué hacemos con tus vestidos? —La verdad no lo sé, voy muy liada con mis hijos y sus maletas. —Entonces toma y solicitas un taxi para que te lleve. —Y me extendió unos billetes–. ¡Jefe!… Gracias, yo se lo devuelvo a fin de mes.
—No te preocupes por eso Silvia. ¿Y por qué no usas el servicio de transporte escolar puerta a puerta? —Ayyy, don Hugo, pues porque mis finanzas no dan para más. Ya estoy acostumbrada no se preocupe. —Se bajó del auto y me alcanzó las cinco bolsas.
—Hasta mañana don Hugo, y de nuevo gracias por todo. —¿Silvia?... Te voy a pensar esta noche, mucho. ¿Y Tú?–. ¡Ufff! Suspiré y sin dejar de mirar sus hermosos ojos grises le respondí… —Voy a estar muy ocupada tratando de salvar mi ...