Fecha: 12/07/2017,
Categorías:
Sexo con Maduras
Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos
En el 2011 yo tenía 20 años, y todo lo que habitaba en mi pecho eran mis ganas de superarme día a día, un deseo invaluable de irme de mi casa y, una fuerza incontenible por hacerle todas las chanchadas que se me pasaran por la cabeza a Soledad, nuestra maestra de cocina por aquel entonces en Unirredes, un centro de atenciones especiales para discapacitados. Yo soy no vidente, pero no salgo a la calle vendiendo pena o lástima, ni me quedo encerrado esperando que alguien me traiga o me lleve.
En esa institución, había varios chicos de distintas edades, todos dispuestos a crecer y aprender a ser independientes. Soledad siempre había capturado mi atención, pero nunca tanto como los últimos 3 meses de ese año. Ella tenía 28, era bajita, risueña, morocha, muy sencilla y muy charlatana. Sabía por ella que sus ojos eran marrones, y por mí mismo que tenía el pelo largo y lacio. Imaginé que era culona, y me lo confirmó uno de los disminuidos visuales cuando se lo pregunté. Entonces, mis fantasías se atrevían a sacarle charla, a rozarle la cola haciéndome el choto mientras todos cocinábamos apretujados, o le pedía algún que otro consejo sentimental. Por ahí le preguntaba cosas referidas al mundo femenino. Por ejemplo, cómo carajo se usan o se ponen las toallitas, cuál era la diferencia entre la colales y el culote, qué sienten en general cuando un tipo las piropea con alguna obscenidad. Hasta si ellas también fantasean con dos tipos en la cama, al igual que nosotros con dos ...
... chicas.
Contestaba todas mis inquietudes con serenidad. Me encantó cuando me dijo acerca de los piropos: ¡yo me mojo toda, y lo disfruto!
Solo una vez me dejó de la cara cuando le pregunté si las chicas se masturban tanto como los varones. Estaba de malhumor porque no había guita en los cajeros.
¡vos tenés una hermana mocoso, preguntale a ella si se toca el chocho!, me rezongó mientras nos hacía estirar masas para preparar pizzas.
Igual yo sabía cómo devolverle la sonrisa. A veces le hacía chistes negros, o le alagaba su perfume, o le contaba sueños que tenía con ella, obviando la parte sexual, pero no la erótica.
Todo dio un giro inesperado cuando le conté que me había puesto a noviar con Valeria, una chica ciega de 38 que no asistía al centro, pero me conocía, y algunas veces iba a verme.
¡vos estás loco… esa puede ser tu tía… es una come niños… querés que te cambie los pañales también?!, pronunció cuando terminé de darle detalles de nuestros primeros besos. La noté nerviosa, aunque quiso saber si hubo sexo entre nosotros. Siempre me lo preguntaba.
Una vez, mientras bordeaba los alfajores de maicena con coco, se pegó a mi derecha y me dijo: ¡nenito, decile que te haga algo a esa chica, porque no podés tener el pito así de parado!
Se tapó la boca y salió corriendo para ayudar a otro ciego con un postre, pero no tardó en disculparse. Le dije que se me paraba por ella. Tardó en procesar mi respuesta, y al fin dijo:
¡mmm, no te creo, vos sos re vivito, seguro ...