Choque Térmico (Frío)
Fecha: 25/06/2017,
Categorías:
Sexo con Maduras
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... seriedad y luego estallamos en risas.
—¡Ay, no!, ¿por qué me hace pensar en eso?
—¿Lo ves?, te he dejado traumada de por vida... Me mandas la cuenta del psiquiatra para tratar de lavar mi culpa un poco al menos.
—Le juro que intenté imaginármelo reflexionando, mirándose fijamente en el espejo del lavabo... Pero por más que le hice la lucha, ganó la imagen de usted jugando con sus miserias mientras las enjuagaba en el lavabo...
Se había quedado impávido, me miraba fijamente. Se me había escapado información que se suponía que no debería de tener. Yo, como ya se me estaba haciendo costumbre, intenté hacerme la loca tratando de agregarle otros detalles al asunto, pero ya era muy tarde, me había delatado y él lo había notado.
—¿Pasa algo? —yo seguí haciéndome la occisa—... ¡Oh, perdón!, Lo estoy haciendo otra vez, este es un tema demasiado vergonzoso para usted y yo estoy, otra vez... ¡Qué tonta!, ¡Discúlpeme!
No había reacción alguna de su parte, se le veía demacrado, decepcionado, ausente; como si yo fuera una presencia de otra dimensión que de pronto había invadido su espacio, pero que en realidad no estaba ahí.
El sonido de un claxon nos devolvió a la realidad. Él, como un autómata se puso de pie, el cojín que mantenía en su regazo rodó por el suelo, dejando al descubierto una erección más que evidente. Se encaminó hacia la puerta. Yo lo llamé varias veces, pero no me hizo caso.
—No se puede ir así... —Lo retuve de un brazo cuando se disponía a abrir ...
... la puerta
—¡Así, cómo?
—Así, así... —No sé de donde tomé valor para colocar mi mano en su entrepierna.
Él miro el lugar donde estaba colocada mi mano y luego, cuando comencé a sobar su miembro con suavidad, fue elevando su mirada hasta encontrarse con la mía. Debió adivinar en ella la excitación que todo este tiempo había tratado de ocultar debajo de muchas otras caretas y que finalmente afloraba. Él suspiró hondo y se relajó dejándose llevar. La zona de contacto parecía despedir un calorcillo hirviente que daba la sensación de extenderse hasta abrasar mi piel entera, acumularse en mi cabeza y transformar cada uno de mis cabellos en alfileres que me punzaban para luego caer en cascada por mi espina dorsal.
El claxon se escuchó nuevamente y entonces el Señor Pozos apartó mi mano con brusquedad, para luego darse a la fuga. Mi mano sintió de pronto un gran vacío que buscó compensar refugiándose entre mis piernas. Quise gritarle que no se fuera, que lo necesitaba, que se quedara; pero no fui capaz de emitir sonido alguno. Y yo seguía hirviendo.
La inercia de su huída me hizo salir unos cuantos pasos a la calle, desde donde podía escucharlo reclamarle al taxista por su tardanza. Un par de pasos más y me derrumbé para escuchar el motor del vehículo que se alejaba a toda marcha. Ahí, en cuclillas, a media calle, con una de mis manos aprisionada entre mis piernas y la otra ayudándome a mantener el equilibrio, alcancé a ver que el taxi giraba a la derecha para finalmente ...