Nadando entre tiburones
Fecha: 24/07/2019,
Categorías:
Transexuales
Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos
... dificultad, y la eché a un lado. Me deslicé entre los pliegues carnosos de una vulva ancha y esponjosa. Noté un bulto duro y rugoso del tamaño de una cereza, que parecía tener vida propia. Doña Eugenia cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Se estremecía, pero no a causa de la música.
No sé cuánto tiempo estuve así, hurgando en sus interioridades, oyéndola jadear con disimulo. Debieron ser más de diez minutos. Pero o no llegó a correrse o, si lo hizo, yo no me di cuenta. De lo que no tenía duda ninguna es de lo mucho que disfrutaba la señora. De repente, la gente comenzó a aplaudir, algunos con ímpetu. La pieza se había terminado. Aparté mi mano y me recompuse como pude. Mi mano despedía un fuerte olor a mar caldeado. Doña Eugenia aplaudía despacio, con elegancia. No estaba enfada, ni sorprendida, ni turbada.
―Ha sido sublime, ¿no crees? ―dijo sin mirarme.
―Sí, mucho ―respondí, sin saber muy bien a qué se refería.
―Ven, ¡vámonos! ―se levantó de un salto―. Las últimas sonatas no me interesan.
La seguí como un perrito faldero. La chaqueta larga disimulaba el bulto que tenía entre las piernas. Lo tenía alzado, rígido, palpitante. Y no daba síntomas de ceder. Lo maldije: ¡serás tozudo! Fue en vano. Al llegar junto al coche, Doña Eugenia esperó a que le abriese la puerta. La ayudé a entrar, porque con ese vestido tampoco era fácil. Estaba tan pegada a mí, que al girarse me rozó, o más bien chocó, contra mi palo tieso. Debió notarlo claramente.
El viaje de ...
... regreso fue incómodo y tenso. Doña Eugenia no dejaba de mirarme en silencio; la podía ver, toda rígida y seria, a través del retrovisor. ¿Qué estaría tramando? Disgustada no parecía; pero satisfecha tampoco. Mi erección fue menguando paulatinamente, pero no así mi excitación. Tenía el ánimo alterado. Cuando al fin aparqué en el garaje de su casa sentí un gran alivio. Le abrí la puerta y la ayudé a salir. Al sacar la primera pierna fuera el vestido se le subió tanto que pude distinguir su minúscula braga, de rejilla, amarillo pálido.
Doña Eugenia había recuperado la sonrisa y la entereza. Se apresuró a decirme que entrara a tomar algo. Por la inflexión de su voz deduje que no era una invitación sino una orden velada. Estaba a su merced, y ella lo sabía; no me iba a dejar escapar tan fácilmente. De modo que acepté fingiendo un gran entusiasmo. Es cierto que me resultaba una mujer atractiva, a pesar de su edad, y que la deseaba. Pero no dejaba de pensar en mi empleo y en mi jefe.
Una vez dentro me llevó al salón que daba a la parte de atrás, más íntimo y acogedor, y donde había un mueble bar. Sirvió champán en unas copas. Brindamos una primera vez. Se arrimó a mí y me dijo de un modo elegante que estaba muy necesitada, que llevaba meses sin “tragarse nada duro”. Su marido, me comentó, la tenía como abandonada; la miraba poco y con desdén o aburrimiento. En mí había notado ese deseo que es capaz de encender la pasión. Sirvió más champán, que bebimos de un trago, por orden ...