Nadando entre tiburones
Fecha: 24/07/2019,
Categorías:
Transexuales
Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos
... suya. Tiró su copa. Se acercó a mí y pasó sus manos por detrás para palparme las nalgas. Me las apretó con fuerza sin dejar de mirarme a los ojos. Sus pechos se aplastaron contra mí. Y me besó.
Acabamos sobre el sofá, devorándonos con la boca. ¡Qué pasión le ponía en sus besos! Me metía la lengua hasta la glotis. Yo me dejaba hacer. Había decido disfrutar al máximo, una vez que todo estaba perdido. Enseguida me bajó los pantalones en busca de mi pene, endurecido; más largo de lo normal, pero no tan grueso. ¡Cómo lo sobaba! Se lo metió casi entero dentro de la boca. Poco después, ella misma se bajó la cremallera y tiró el vestido al suelo. Tenía algo de tripita, pero a su edad era de esperar. Por lo demás, no podía quejarme. A su lado, yo parecía un juguete con mi cuerpo enclenque. Luego se sacó el sujetador ¡Qué pedazo de tetas! ¡Como dos melones! Y los pezones eran dos discos violáceos de dos pulgadas de ancho. Yo mismo le bajé la braga, tan apretada que las tiras le dejaban marcas sobre su piel. Se quedó sólo con las medias puestas. La admiré, extasiado, enloquecido, sin poder creérmelo.
―No te intimides ―me dijo―. ¡Tienes que darlo todo!
―Mucha yegua para este potrillo ―pensé. Decírselo hubiera sido una grosería.
Doña Eugenia se echó sobre mí. Nos besamos apasionadamente. Tenía una boca fresca y una lengua gruesa y juguetona. Yo estaba entusiasmado y crecido. Besé sus pechos; pero no fue una tarea fácil, pues tendían a escaparse de mis labios. Luego ella ...
... volvió a ensalivar mi pene, tan rígido que se había curvado como un arco. Me quedé boca arriba, totalmente inerte, sonriendo como un bobo feliz. Poco después se lo metió dentro, sin apenas fricción, y se puso a cabalgar entre risas contenidas. Fueron minutos gloriosos, sobre todo para ella. Se dejaba caer con violencia, ahogando jadeos e incluso gritos. Acabamos rodando por el suelo. Nos quedamos enroscados sobre la alfombra. Me puse encima y volví a penetrarla. Se me ocurrió usar una estilográfica de metal que tenía en mi chaqueta. Separé con ella los labios de su vulva y acaricié un clítoris de tamaño considerable. Ella comenzó a reírse como una loca. De repente se revolvió y se tragó mi pene. Seguimos con esos juegos durante unos veinte minutos.
―Tú sí que me rindes, machito ―me dijo entre jadeos, mientras tomaba aire.
Doña Eugenia sudaba y su cuerpo húmedo se escurría de mis abrazos. Ella parecía agotada y yo necesitaba respirar. Se puso a cuatro patas, moviendo la “colita”, como para incitarme. Me coloqué detrás y la penetré una vez más. Aguanté poco más de un minuto dándole con ímpetu. Me paré para tomar aire. Ella me urgió a seguir entre jadeos. Pero yo no me sentía capaz de continuar así. El problema era que tenía una vagina tan ensanchada, y tan lubricada, que no conseguía estimularme lo suficiente. Además, mi pene había perdido tensión y rigidez.
―No te pares, sigue ¡maldito! ―me regañó agitando sus nalgas delante de mí. Me miró con odio desde su postura de ...