Fecha: 24/06/2018,
Categorías:
Sexo oral
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Era el último semestre de la preparatoria, el paso final para empezar la universidad. Yo deseaba estudiar la carrera de medicina. Desde siempre, me había imaginado con mi bata blanca, salvándole la vida a miles de personas. En unas cuantas semanas, comenzaría con la preparación que me permitiría cumplir mis sueños. Todo era perfecto. Mis calificaciones, como cada semestre, apuntaban a ser las mejores, pero no podía faltar el negrito en el arroz. El profesor de literatura me bajó de mi nube. Mi reporte de lectura, que representaba el ochenta por ciento de la nota final, y que había entregado con unos días de anticipación, según sus palabras, no había sido lo que ambos esperábamos. Me dijo que la calificación que merecía, siendo él muy generoso, no era mayor al cincuenta. Hice algunas cuentas, y si lo que me decía era cierto, no aprobaría la materia. El mundo se me vino encima.
Con una actitud de clara desesperación, le pregunté si había algo que podía hacer, después de todo, el plazo para la entrega del trabajo aún no se cumplía. Permaneció bastante tiempo callado, y yo seguí suplicando. Por poco me pongo de rodillas. Finalmente habló. Me pidió que fuera a su oficina ese mismo día por la tarde, cuando las clases se terminaran. Me dijo que así podríamos hablar del problema con más calma. Acepté de inmediato. El profesor se marchó, y yo volví a clases. Al principio no encontré sospechosa su propuesta, pero al hablarlo con mis amigas, me di cuenta de sus intenciones.
Una ...
... de ellas, me contó lo que le sucedió a su prima cuando estuvo en la preparatoria, tres años atrás. El profesor le dijo exactamente las mismas palabras. La chica asistió a la cita. Por miedo a no aprobar la materia, se ofreció a hacer cualquier cosa para conseguir una buena nota. El maestro aprovechó la desesperación de la muchacha, y la obligó a practicarle sexo oral. Cuando mi compañera terminó de relatar la historia, surgieron casos similares de otras bocas. Comenzaba a creerles. Como dicen, cuando el río suena, es porque agua lleva. Pero, aunque esas historias fueran verdad, tenía que ir a su oficina esa tarde. No me podía dar el lujo de reprobar. No retrasaría mis planes por una mamada, al fin y al cabo, no sería la primera ni la última que haría en mi vida.
Me fui a mi casa. Después de comer, tomé un baño y me vestí como si a mi novio fuera a ver. Incluso me perfumé, cosa que rara vez acostumbraba. Si tenía que hacer lo que las otras chicas, no estaba dispuesta a tomar el papel de víctima. Si tenía que mamársela al cincuentón, lo disfrutaría. Bajé de mi habitación. Cuando estaba por atravesar la puerta, se me ocurrió algo para disfrutar más del encuentro. Regresé a mi cuarto, tomé una pequeña caja, y partí rumbo a la escuela.
Llegué al colegio en unos cuantos minutos, no quería ser impuntual. En el pasillo hacia la oficina del profesor, me encontré con un compañero del taller de artes. El pobre hombre estaba loco por mí, pero era... ¿Cómo decirlo para que no se ...