Fecha: 25/12/2022,
Categorías:
Sexo con Maduras
Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos
Durante la mayor parte del tiempo llevo una vida normal. Trabajo cinco veces a la semana. Voy al gimnasio. Me junto con las chicas casi todas las semanas. Conozco hombres, tanto en bares como en internet. Les hago la vida difícil. La tienen que remar demasiado para poder entrar en mí. La mayoría se rinde por cansancio. También comparto tiempo con mi gran amor, mi hijo Leandro. Miramos películas, le pregunto cómo le va en el colegio, y trato de saber de él. Por suerte está mejor. Tiene cada vez más amigos (Amigos de verdad), y hace poco me confesó que se está viendo con una chica.
Sólo cuando me llega un mensaje de él, de Robi, mi vida común y apacible parece temblar como si se desatara un terremoto.
Hago tal esfuerzo por olvidarme de él mientras estoy haciendo mi vida cotidiana, que cuando reaparece, todo se agolpa en mi corazón: la certeza de que me tiene en sus manos; la incertidumbre de desconocer hasta qué punto sabrá guardar silencio sobre lo que sucedió entre nosotros; la desesperación por no saber cómo librarme de su sometimiento; la culpa por disfrutar, por momentos, de su manipulación...
Decidí usar un ringtone en particular para cuando llegara un mensaje suyo. Así la ansiedad no me carcomería cada vez que llegara un mensaje de otra persona.
Cuando empieza con sus mensajes, puedo mantenerlo a raya durante un tiempo, inventando excusas para no encontrarme con él. Contentándolo con alguna foto en donde salgo semidesnuda. Prometiéndole que pronto nos ...
... veríamos. Pero cuando pierde la paciencia, recurre a la amenaza de siempre. Mi video erótico recorriendo todos los pasillos de la escuela donde asiste mi hijo; la propagación de la historia que cuenta que yo solía ser una escort; y ahora la otra historia que narraba cómo un pendejo malcriado de apenas dieciocho años había logrado acostarse conmigo. Me tenía acorralada.
Cuando repetía estas amenazas, ya era tiempo de complacerlo. La idea me trastornaba mucho. Cuando debía ir a su encuentro lo hacía con indignación e impotencia. La dominación que ejercía sobre mi persona me perturbaba más que el acto mismo que me obligaba a hacer. Nunca fui una mujer sumisa, pero con él lo estaba siendo. En el último mes estuve dos veces con él.
En la primera ocasión lo convencí de que si quería verme, deberíamos ir a Capital, lejos de las miradas indiscretas. Fuimos a un hotel alojamiento. Habrían pensado que se trataba de un muchacho con una prostituta, y a decir verdad, no estaban muy errados.
Yo me había vestido como la puta que en ese momento era. Con un maquillaje más llamativo de lo normal, un vestido corto y ceñido, zapatos de taco alto, y el pelo recogido. Robi no me dio un segundo de respiro. Me agarró de la cintura y me atrajo a él. Ya podía sentir su bulto hinchándose. Me besó en la boca, mientras sus manos se ensañaban con mi escote. Me sacó, con paciencia, prenda por prenda, hasta dejarme totalmente desnuda. Se sentó en el borde de la cama y me observó en silencio, como quien ...