... el gusto a semen. Llename la boca de leche. – dijo casi ignorándome, como si sólo estuviesen ella y mi pene en el ambiente. – Dame leche. Tu prima quiere leche. - repitió varias veces y aunque se tentaba a tomarla con sus manos para pajearme, las volvía a poner sobre mis nalgas para continuar metiendo y sacándola de su boca sólo con la ayuda de sus labios.
“Mi prima se viste de puta” pensaba. Así habría titulado esta historia si lo decidía en aquel baño.
La tomé de las mejillas y prácticamente me la cogí por la boca. Ese rostro familiar, con el maquillaje un poco corrido, mirándome como buscando piedad. Eso me estaba cogiendo. Era hermoso. El sabor del pecado del resto del mundo me llenaba el alma de placer. Julia se quedó quieta, obedeciendo a mis movimientos. Se la clavaba bien profundo y se la sacaba chorreando saliva. Cuando quedaba afuera de su boca mi prima aprovechaba para lamerme nuevamente los testículos. Y pedirme leche.
- Poneme el pito en la boca, malo – solía decirme, simulando estar enojada. O encaprichada por la chota. Me estaba devorando del éxtasis. – Dame la leche.
Y entonces supe que el viaje había finalmente comenzado. Un viaje en un crucero, es cierto. Pero, en realidad, era mucho más que eso. Era un viaje hacia lo prohibido, lo inmoral.
Comencé a pajearme, cumpliendo sus palabras como si fuesen órdenes. Quería tardar más. Disfrutar más. Sentirla más. Pero sopapeándole la lengua con la cabeza del pene, aguantar era cada vez más difícil. Y ...
... con la imagen, ni les cuento. Mi prima cerró los ojos y como si estuviese probando un manjar, recibió los primeros chorros de leche. Es verdad que los primeros ya los tenía en la bombacha, por lo que estos eran más espesos. Más concentrados. Bien puro. Y así los deseaba ella. Si quería sentirle el gusto, esos lechazos eran los indicados.
Cuando su boca quedó llena de esa crema blanca que había salido de mis pelotas, se puso de pie. La miré con atención, todavía excitado, para no perderme el momento de la deglución. Tal vez sea una perversión personal pero, aún con las bolas sin leche, me gustaba ver los gestos de una mujer al tragarse una corrida. Y ella era mi prima. De todas las mujeres, era la más deseada. De todas las perversiones, ella era la mejor. Pero me dejó pagando.
La contuvo en la boca y me tomó de las manos. La ayudé a abrir la puerta y los dos salimos del baño. Apenas lo hicimos, mi corazón comenzó a latir más fuerte. Ya sabía lo que se venía.
Con volumen casi ensordecedor, se escuchaba de fondo una de las cumbias más bellas de la república Argentina. La versión de Gilda, de la canción “Paisaje”.
Presos en una escena filmográfica, otra vez, atravesamos a la gente que bailaba en la pista y sentado en la barra, estaba Fabián. Vestido como la primera vez que lo había visto. Un short verde desteñido y la remera blanca, con mis dientes marcados.
“Tú, no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor”, se escuchaba cuando Julia lo besó, con mi leche en ...