... muy cortés toda la noche, me estaba tratando como una puta cualquiera ahora que me tenía ensartada con su verga.
Juan empezó a mover las caderas al compás, sacando y metiendo aquella barra de carne en mis entrañas. Pronto el dolor se transformó en placer. Cada vez que su polla alcanzaba algunos puntos de mi culo notaba una oleada de placer por todo mi cuerpo y no podía evitar gemir:
—¡Ah, ah, ah!
—Mira como gime la putita —reía mi amiga Carol. Ella había vuelto a su follada, pero no perdía ojo de cómo me enculaban.
Entre pollazo y pollazo levanté la mirada hasta que mis ojos se encontraron con los de Carol, la protagonista de todos mis sueños románticos. Estaba claro que disfrutaba viéndome follado de aquella manera; y a mí me estaba excitando que me viera así. Me deje llevar por la polla de Juan y empecé a mover mis caderas al compás de las caderas de mi amante, haciendo que cada penetración fuera más profunda.
—¡Sí, sí, más! —no podía parar de gemir, estaba perdiendo la cabeza ante aquella nueva sensación. Jamás hubiera imaginado que se podía sentir tanto placer con una polla dentro.
La curiosa cacofonía de esa habitación era para escucharla. Los gemidos de Carol mientras cabalgaba la polla de su hombre y se frotaba furiosamente el clítoris al observar la escena que Juan y yo le ofrecíamos. Por nuestra parte se oía el constante golpeteo de los huevos de Juan contra mis nalgas y mis gemiditos cada vez que su polla rozaba mi próstata.
En cierto momento ...
... Juan sacó la polla de mi culo con un sonoro «¡plop!», instintivamente moví mis caderas hacía atrás buscando algo que llenase ese vacío pero no lo encontraba.
—¿Quieres más? —me preguntaba Juan que apartaba su polla de mi culo.
—¡Sí, sí! Por favor, métemela, necesito tu polla —suplicaba yo. Jamás pensé que le diría eso a otro hombre, pero estaba necesitado del placer que solo su rabo podía proporcionarme.
—Tú lo has querido, zorrita, vas a ver lo que es bueno.
Entonces Juan me agarro de las piernas, pasando sus brazos tras mis rodillas y se recostó sobre mí penetrándome. El placer de volver a sentir su polla dentro no me preparó para lo que vino después. Continuó con su abrazó desde las piernas hasta sujetarme la nuca con ambas manos y de un impulso me levantó en el aire. Ahí me encontraba yo, sujetado en volandas por un macho, despatarrado de piernas y con un pollón penetrándome sin piedad mientras mi pollita rebotaba graciosamente. En esa postura Juan me situó justo delante de Carol, la chica de mis sueños, para mostrarla con pelos y señales como me follaba cual muñeca de trapo.
En aquella postura su polla martilleaba constantemente mi prostata sin piedad. Me estaba volviendo loco de placer:
—¡Ah, sí, joder! ¡Dame polla! ¡Sí ¡Fóllame! —de mi boca no salían palabras coherentes.
Al poco rato de sentir ese trozo de carne con venas golpeando contra la parte más sensible de mi interior ya no podía ni vocalizar, solo gemía descontroladamente con los ojos en ...