Fecha: 16/09/2022,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos
... había esfumado, sin dejar rastro de haber existido. La devaluación hizo que los precios de nuestros proveedores aumentaran ridículamente. La gente andaba sin plata, y lo último en que gastarían sus últimos pesos era en los adornos carísimos que vendíamos en el negocio.
Todo fue demasiado rápido. En un último intento por sostener nuestro nivel de vida, hipotecamos la casa, con la tonta esperanza de que la situación mejoraría con el tiempo. La consecuencia fue fulminante: el negocio quebró y el chalet fue a parar a manos de los acreedores.
Durante un tiempo vivimos en la casa de los padres de Rubén. Pero la cosa no daba para más. No me llevo mal con mis suegros, pero la convivencia es muy difícil.
Rubén, después de tirar currículums por todas partes, consiguió trabajo en una empresa de seguridad. Al poco tiempo me contrató un abogado para que sea su asistente. Ambos sueldos eran bajos, pero nos alcanzaba para alquilar una casita.
Tuvimos que mudarnos a un barrio más barato. El que más me preocupaba era Joaco, mi hijo. El pobre se vio obligado a alejarse de sus amigos. Ya no podíamos pagar la escuela privada, y encima nos teníamos que ir del barrio donde conocía a todo el mundo.
Quizá por eso, por preocuparme por Joaco, no presté atención en mi marido.
Él entró en lo que sospecho es un estado depresivo. Ya no tiene el humor alegre de siempre, y todo parece importarle un carajo.
Además, desde hace tres meses que no tenemos relaciones.
Lo intenté todo: ...
... ponerme las ropas íntimas que a él le gustan; decirle frases picantes al oído; esperarlo en bolas cuando venía del trabajo; insinuarle que si gustaba, podía penetrarme por atrás… en fin, intenté todo, pero no sucede nada.
Al principio pensé que era porque vivíamos en casa de sus viejos. Pero cuando nos mudamos a la casa nueva, en González catán, siguió sin querer tener sexo. Ni siquiera cuando entré a trabajar al estudio jurídico demostró tener celos. Nada.
Quitando el detalle, no menor, de que desde hace tres meses me autosatisfago con mis dedos, lo demás, se iba ordenando de a poco.
Conseguí un colegio para Joaco, y mi trabajo y el de Rubén parecían estables. El barrio es totalmente diferente al que vivíamos. Pero la gente, al menos en su mayoría, se mostraba amable. Incluso parecemos una especie de excentricidad en esos lugares.
A mí me gusta verme bien, y a mis treinta y cuatro años me mantengo en buena forma. Mi ropa, la que todavía me queda de los buenos tiempos, es muy llamativa, pero no pienso cambiar de look.
Como decía, todo parecía que se iba dando relativamente bien, hasta que el otro día Joaco llegó a la casa todo golpeado.
Yo estaba haciendo el almuerzo. Rubén estaba durmiendo, ya que trabaja en horario nocturno. Se me cayó el alma al suelo cuando lo vi llegar con la cara hinchada, y todavía sangrando.
—¡Joaquín qué te pasó! — grité, histérica.
—Nada, ma, no quiero hablar.
Dejé la olla en el fuego y fui tras él. Lo agarré del brazo y le ...