El grupo de formación
Fecha: 13/02/2022,
Categorías:
Dominación / BDSM
Autor: campillo, Fuente: CuentoRelatos
... nada. No fueron muy brutales, a pesar de no haberse privado del placer de azotarla, salvo el más joven, el que le rompió el culo, que no solo la culeó otras veces, sino que cuando la veía desocupada, se entretenía en arrearle unos fustazos, por el mero placer de castigarla. Raquel intentaba saber quiénes eran, pero no podía identificarlos, no atinaba.
Al segundo día, ya estaba ordenada: sabía cuál era su rol y qué tenía que hacer. Sara casi no se hizo presente, y la fusta quedó sobre una mesita, para que la usara el que así lo deseara. Desde temprano tuvo visitas, que requirieron su disposición, algunos completaron su satisfacción con el empleo de la fusta, a la que se fue habituando. Ignoraba la cantidad de hombres que había recibido, pero con seguridad eran más de diez, cada día y la habían usado más de una vez, cada uno de ellos. No siempre eran los mismos. El único que volvió diariamente, fue el joven que había empleado su grupa por primera vez, quien siguió requiriéndola, mantuvo un toque de crueldad en su comportamiento. Raquel creía ver en el algo conocido, pero no podía identificarlo. Lo real, fue que al cabo de los cinco días había comenzado a gozar, y esperaba sus visitantes con cierto anhelo; nunca faltaba quien se la hiciera chupar, quien la cogiera o se la diera por el culito, que se había hecho amplio y complaciente. La tarde del viernes en que terminaba su retiro, la visitó el joven, nuevamente, y le echó tres polvos en el culito; no la dejó hasta media hora ...
... antes de que ella se fuera. Apenas se retiró, entró Sara con su ropa y le dijo:
-Vístete, tu marido está viniendo a buscarte. Se van a una reunión para festejar tu vuelta.
Le dio pena pensar que se iba, pero se vistió y esperó su marido, que la buscó con los chicos, para venir a la reunión que le habíamos preparado:
-Y aquí estoy, ¿qué te parece?-, me preguntó a mi, que escuchaba atónita. -¡No se te ocurra decir una palabra a nadie, de lo que te he dicho. Me despellejarán con la fusta si se llegan a enterar!
Una tarde, días después, me visitó en casa, para descargar sus confidencias, que no podía hablar con nadie. Desde su salida del retiro, vestía con mayor recato, casi como una mojigata, como una monja laica: pollera larga bajo la rodilla, zapatos sin taco y una camisa mangas largas, cerrada hasta el cuello. Había tomado esa decisión, porque no quería que se trasluciera de ninguna forma su emputecimiento, su disponibilidad para que cualquier macho usara de ella, como estaba enseñada ahora; su mensaje era de estrechez, no de liberalidad. Visitaba la Casa una vez por semana, si no la requerían más, y permanecía allí durante toda la tarde, donde servía a todos los que la requirieran, sin negarse a nada, y a veces lo hacía en dos ocasiones, si Sara la llamaba. Cuando la llevaba o la buscaba su marido, salía con apuntes o libros de formación, que le habían dado para que leyera, según decía, pero rebosante de semen y satisfecha a más no poder. Era libre de no volver, ...