Memorias de un solterón
Fecha: 03/03/2018,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
... que se prolongó mi turno de mañana y, seguidamente, el fin de semana, que fue uno de los pocos que tenía libres en aquél entonces por el rotar de los camareros, que todos somos hijos de Dios y herederos de Su Gloria, en conjunto, uno de cada tres, dos de cada cinco, como máximo. Pasaron aquellos días con tardes libres y volví al turno de tarde, con lo que hasta más la una de la madrugada que las doce y media, llegaba, por fin al barrio… Y volví, de nuevo, al turno de mañana… Y fue el primer día de tal nuevo turno que, al llegar al barrio, a nuestra plaza, siendo ya las cinco y media, hasta pasadas, que las cinco de la tarde, la volví a ver allí, sentada en el mismo banco de siempre, y, también como siempre, sola; más sola que a una.
A mí, francamente, me dio un vuelco el corazón nada más verla, quedándome quieto como un poste, y con el corazón en la garganta, amén de, como suele decirse, sin apenas sangre en las venas… Me repuse al momento de tal “impasse”, diciéndome que a mí qué me importaba ya que ella estuviera allí o en las Chimbambas, pues había decidido no volver a preocuparme de ella, ni a mirarla siquiera, muy decidido a “pasar” de esa mujer tanto como de deglutir excrementos. Así que me dije que me llegaría hasta el portal de casa, pero sin evitar pasar junto a ella, junto a Carmen, Carmela, como en aquella otra tarde la llamara, con la cabeza bien alta y más orgullo que D. Rodrigo en la horca(3). Y así intenté hacerlo, enfilando nuestro portal, pero ...
... bordeando, en el viaje, el banco en que se sentaba Carmen. Pasaría a su lado, todo orgulloso, por no decir soberbio; la saludaría con toda corrección, que lo cortés no quita lo valiente, pero sin mostrar afectividad ninguna… Sí, esa era mi intención, lo que deseaba hacer, pero tal propósito me duró lo que las coplas de la zarabanda(4), pues tan pronto ella me divisó, de inmediato me hizo señas para que me acercara, y yo, cual manso corderito, fui a ella más que diligentemente.
–Hombre Antonio, mi querido amigo; precisamente le aguardaba. Pero venga, siéntese usted aquí, a mi lado
Y yo, sin demorarme un instante, fui allí, donde me llamaba, sentándome junto a ella, a su vera… “A tu vera,/ a tu vera, siempre a la verita tuya/ siempre a la verita tuya,/ hasta que de amor me muera”… Ella me empezó a hablar, y a hablar, y a hablar, pero yo no la escuchaba, ni una palabra… No podía, pues, podría decirse, que en este mundo no estaba. Ya acercándome a ella, a Carmen, Carmela, como aquél otro día la nombré, como, realmente, ya la llamaba, más en mi mente, en mi alma, que verbalmente, y desde entonces, su rostro, su sonrisa, ese rostro, esa sonrisa, que tanto, tanto, me gustaba, que, sin dudarlo ya, me embrujaba… Y ese su rostro, esa su sonrisa, me prendieron, me hicieron su prisionero… Prisionero en celda dorada, prisionero en prisión adorable, embriagadora, toda ella ternura, dulzura, que alegra la vida, que te hace enteramente feliz, aún siendo un prisionero… Y así seguí, una vez ya ...