Creí que el café en Buenos Aires era mejor, pero de todas maneras me senté en el primer café más decente que encontré cerca de Caminito, ya estaba cansado de caminar en mi primer día en la ciudad. Era un local con letreros antiguos y parecía que estaba ahí hace unas buenas décadas. Después de haberle pedido a la mesera un latte doble, crucé las piernas y me puse a observar a la gente que pasaba. Todo estaba tan vivo, tan inmortal, tan animoso. Un niño que con burbujas creaba mundos imaginarios de castillos en el aire, la señora que hablaba furiosa por el teléfono al lado del niño, el mimo que me saludó, para después entrar por una puerta etérea, una joven pareja que se besaba como si no hubiera mundo exterior. Todos tenían su rol en el día, todos llenaban el cuadro. Todos menos una mirada. Una mirada que me encontró con la taza de café a la altura de la boca, una mirada que hizo que la mía se petrificara. Era lo único disonante en el cuadro. Sentada en una de las bancas frente al café, ella me miraba como si me estuviera vigilando sin yo darme cuenta. Era una mujer de unos 20 y tantos años, alta y rubia. Nuestro cruce de miradas fue intenso, poderoso, pero después de 10 largos segundos, nos volvimos a nuestras tareas. Me dejó una intriga incomparable, pero al rato se levantó y se fue sin mirar hacia atrás.
Anduve todo el día tomando fotos con la cámara a rollo, que era más liviana y entretenida que la digital. A las 7 y algo, me fui a sentar al mismo café con una vaga y ...
... ansiosa esperanza de recibir esa mirada de nuevo, pero la suerte no me acompañó. Me tomé el café que pedí y me fui de vuelta al hostal donde alojaba.
La cámara me había acompañado fielmente durante todo el viaje desde Santiago y ya el rollo estaba en su límite, así que me senté en la mesa de la sala común del hostal y lo cambié por uno nuevo mientras hablaba con un alemán que tenía solo un ojo y un parche en el otro. No me dejaba de contar sobre sus viajes a la India y de cómo todo era tan nuevo para él. Después de intercambiar varias experiencias, lo tuve que dejar e ir a dormir.
Me desperté al otro día con una sensación extraña. Esa mujer había plantado una incertidumbre dolorosa en mi mente, pero a la vez no era nada ni nadie, solo una mirada que pareció interesarse por un momento.
Desayuné en la sala común con una inglesa de unos 30 años que le encantaba la caza, pero no tenía muchas palabras para compartirla. Fue rápido y poco comunicativo, así que me apresuré y dejé el hostal para revelar el rollo del día anterior. Estaba ansioso porque sabía que había hecho algunas fotos geniales, pero no sabía si la exposición era la correcta. Mientras me dirigía hacia el laboratorio fotográfico más famoso, tomé varias nuevas con el rollo actual, incluso llegué a encontrar un momento interesante en una pelea callejera entre dos mujeres que se tironeaban el pelo gritando de todo tipo de cosas.
Llegué al laboratorio justo cuando estaban abriendo, asi que tuve que esperar un ...