1. CÓMO ME CONVERTÍ EN UN CORNUDO PENDEJO


    Fecha: 09/10/2019, Categorías: Infidelidad Tus Relatos Autor: Cornudo Pendejo, Fuente: drugsounds.ru

    ... la cintura a Paty; más bien amasaba su nalga derecha, sosteniendo su copa con la otra mano. Ahí estaba yo, con la cara a la altura de la verga de quien me hacía pendejo con mi futura esposa y presenciando cómo ésta, prácticamente encuerada, se reía disfrutando de que su "novio" le sobara el imponente trasero. "Perdóname, Federico", repetí postrado, pero su única respuesta fue acariciar mi cabeza como si fuera un labrador esperando su galleta después de un truco; besó nuevamente a su amante con un movimiento dactilar que no podía ser otra cosa que el dedeo del ano de mi prometida. Como un pendejo titulado y con doctorado, seguí hincado y con un par de lágrimas en el rostro, mientras me ignoraban sabroseándose. La mano de la puerca hurgaba en la bragueta de Federico, intentando liberar una verga que su respiración entrecortada clamaba por gozar; mi cara era levemente golpeada por esa mano en su búsqueda, por lo que decidí levantarme, pero ella me lo impidió indicándome que no me moviera.
    
        La misma perra que en unos días aceptaría serme fiel eternamente, en lo próspero y en lo adverso, chaqueteaba esa verga larga y delgada a centímetros de mi cara; con velada intención hacía rozar el glande de aquel erecto miembro con mi nariz, mi boca y el resto de mi cara, sin que yo moviera un músculo para no hacerla enfadar. Un hilo de lubricante seminal se alargó cual erótico puente entre mi nariz y aquel tolete que palpitaba ante los jaloneos de la puta que ya tenía varios dedos ...
    ... dentro del culo y otros tantos en la panocha, todos del editor que la hacía gritar como nunca lo había visto, ni siquiera aquella noche en la que se ofreció ante el desconocido mirón de la ventana de aquel hotel. A esa altura, ambos me ignoraban olímpicamente y tuve que hacer un esfuerzo para conservar el equilibrio cuando me empujaron dirigiéndose a la recámara de mi prometida. Federico me ordenó, antes de cerrar la puerta, que los esperara en la sala mientras fornicaban, a lo cual asentí obediente. Como un estúpido, rango que me había ganado a pulso, me senté viendo al piso, mientras los gritos de ambos se estrellaban en mis cornudos oídos; la mujer que sería mi esposa estaba siendo culeada a unos metros de mí y yo esperaba diligentemente como uno de esos criados ingleses que no pierden la compostura sin importar lo escandaloso que presencian. Miré el anillo de compromiso que portaba orgulloso desde hace unos meses y quise burlarme de mí mismo, pero no me salió la risa, pues frases como: "¡Qué ricas nalgas, puta!", "¡Te voy a dar por el culo!" o de ella: "¡Culéame, cabrón, hazme tu perra!", me hicieron resignarme ante mi realidad.
    
       Minutos después, el silencio dominó el espacio, sólo interrumpido por leves risitas que provenían del mismo lugar donde mi prometida y mi corneador habían consumado mis cuernos por vez primera a unos metros de mí, si no tomamos en cuenta los escasos segundos que la vi culear con él mismo en nuestro nidito de amor o la boca del tío Alfonso en ...