... hermosa mujer de pelo corto que tecleaba rápidamente en la computadora que tenía delante. Siempre pensé que quien decidió que la poseedora de esa preciosa cola se sentara en ese preciso lugar, de espaldas (por no decir: "de nalgas") a cualquiera que arribara a la redacción de la revista, debió haber sido un altruista depravado que sabía lo que provocaba ese paisaje a todos los admiradores de los buenos culos.
No pude evitar frenarme, como queriendo que por mis retinas entrara toda esa lujuria que exudaban esas pompas gloriosas, deseando desde luego aprisionarlas con mis manos y lamer cada centímetro de su redondez. Incluso, un disparate vino a mi cerebro al detenerme por unos momentos a observar aquellas generosas carnes enfundadas en una ceñida y agradecidamente corta mini falda: Pensé que no habría muerte más dulce que morir asfixiado por los glúteos de esa dama; me imaginé acostado en mi cama, sin oponer resistencia ante la falta de aire por tener ese par de nalgotas sobre mi cara, ella sentada tecleando en una computadora imaginaria, con su blusa y su saquito de vestir, pero con el culo al aire sin el más mínimo atisbo de tela que interrumpiera el contacto entre sus redondeces y mi jeta de pendejo lamiendo lo que podía y sintiendo... sobre todo sintiendo el delicioso peso de esa maravilla con raya en medio, sin hacer el menor intento de apartarla, aunque la respiración se hiciera imposible, falleciendo feliz entre tanta carne... Incluso, me imaginé muerto en el ...
... ataúd, con una sonrisa estúpida en los labios.
Mi libidinosa somnolencia fue interrumpida por un individuo con una prisa tan intensa que apenas se percató de que el golpe que me propinó a su paso tiró el portafolio que llevaba. El editor se llamaba Federico y la nalgona de mis sueños Paty, flamante asistente del hombre que se peleaba con unos papeles, rayándolos de rojo con furia, como si de esa manera fueran a cambiar las letras que subrayaba, tachaba o redondeaba. Me presenté con Paty, descubriendo que, además de ese portentoso par de nalgas, también tenía una cara hermosa, de ojos grandes y de forma similar a los dibujos animados japoneses que disfrutaba en la tele cuando era niño; su nariz es de un respingado casi perfecto, tanto que cuesta creer que no haya sido obra de algún codiciado cirujano plástico. La boca pequeña y la piel muy blanca estaban enmarcadas por una mata de cabello negro cortado al nivel de la nuca, como si dejarlo en un estilo levemente masculino fuera a desafiar el conjunto avasalladoramente femenino de la asistente del editor.
- Eugenio... ¿verdad? El editor te está esperando, adelante.
Yo quería el trabajo, pero más deseaba seguir contemplando aquella hermosa mujer, que calculé estaría a mediados de sus veintes y avanzada en coquetería, como si no fuera suficiente semejante belleza para no apartar los ojos de ella. Me resigné a pasar a la oficina y Federico apenas levantó los ojos para verme. Fue un momento incómodo, pues no sabía si ...