... sentarme o seguir de pie, esperando que el energúmeno me ofreciera descansar en una de las amplias sillas de vinil que estaban frente a su amplio escritorio.
- Siéntate, siéntate... ahorita te atiendo-, dijo como haciendo el favor, como si mi presencia estuviera echando a perder el trabajo con el que el editor ganaría el Pulitzer. Obedecí, mirando alrededor, agradeciendo que las paredes de esa pequeña oficina fueran todas de cristal, pues eso me permitía seguir admirando a Paty, a excepción del muro detrás del editor, en el que se veían diversos reconocimientos y títulos periodísticos, obviamente pertenecientes a quien tardó cerca de veinte en dedicarme cinco minutos de su tiempo. Miró mi currículo, preguntando dos o tres obviedades, cuestionó mi disponibilidad y no se esforzó en ocultar la necesidad apremiante que tenía la revista de un nuevo reportero, pues me dio el trabajo enseguida, pidiéndole a su voluptuosa asistente que me enseñara mi lugar y me pusiera al tanto de los pormenores.
Con una sonrisa, la que muchos meses después me enteraría de que era una puta consumada se levantó de su asiento y caminó delante de mí, consciente de lo que provocaban en todo hombre el bamboleo de esos preciosos glúteos, sabiendo que mis ojos volvían a posarse en ellos, pero ahora con una visión completa de esa curvatura casi grosera. La minifalda que, si hubiera sido un centímetro más corta, habría dejado a la vista el nacimiento de ese precioso nalgadar, se apretaba ...
... furiosamente a ese majestuoso culo, de modo que se veía claramente el espacio que se hacía entre los dos balones, sugiriendo la profunda cuenca que separaba esas pompotas y que acentuaba lo que yo siempre he calificado como una de las características del culo perfecto: el amortiguador independiente. Me explico: hay colas que al caminar suben y bajan al parejo, como si estuvieran unidas de tal manera que no se les permitiese mover una primero y la otra después. Lo que yo llamo culo de amortiguador independiente y que es indispensable para toda aquella dama que se precie de tener nalgas de campeonato, es aquel que posibilita que cada pompa suba y baje por sí sola, desplazándose de tal manera en que una nalga ascienda en tanto su contraparte baja, dejando que el afortunado observador presencie la maravilla de un nalgadar construido con tal fineza que cada una de sus partes poseen autonomía en sus movimientos.
Mis ojos increíblemente alegres contemplaban cómo esas imponentes nalgas se balanceaban libres y autónomas, a pesar del maldito yugo de la falda (y quizá la tanga, pues era evidente que bragas o calzones no traía), por encima de unas piernas desnudas sorprendentemente largas y bien torneadas, que terminaban cerca del piso en unas botas coquetonas de algo que parecía gamuza. Los amantes de las medias se hubieran sentido decepcionados, pues dichas piernas no tenían más cubierta que su morbosa y desafiante piel, invitante a tocarla, masajearla, lamerla...
Tanta lujuria me ...