1. CÓMO ME CONVERTÍ EN UN CORNUDO PENDEJO


    Fecha: 09/10/2019, Categorías: Infidelidad Tus Relatos Autor: Cornudo Pendejo, Fuente: drugsounds.ru

    ... continuáramos con nuestra relación. ¿No era ya un cornudo y un destacado pendejo? ¿Por qué no continuar con esa felicidad que, aunque irreal e indigna, era el único clavo ardiente al que podía aferrarme para no morir de ausencia? Que dijera el mundo lo que quisiera; finalmente, yo era el único imbécil que no se había dado cuenta de la cornamenta de alce que mi amada novia había construido con esmero durante todos esos años. Además, mi carencia de hombría y mi torpeza amatoria me daban el mejor pretexto para seguir siendo el cornudo pendejo en el que me habían convertido.
    
        - ¿Y si seguimos con los planes de la boda? -, le cuestioné con tanto miedo a un rechazo que parecía que era yo a quien habían descubierto cogiendo con mi amante en el apartamento donde viviríamos luego de casarnos. "¿Estás loco?", respondió anonadada, lastimándome más al decirme que me quería como un amigo, que se sentía arrepentida por haberme utilizado y que ningún matrimonio florecería entre reclamos y resentimientos. Valiéndome madre, le aseguré que no me importaba nada, que me daba igual si me quería como hombre o no, que no podía vivir sin ella y que lo que vi, si bien no podría olvidarlo, prometía no mencionarlo jamás, como si nunca hubiese ocurrido. "No lo puedo creer", contestó con una leve sonrisa que hubiera jurado maligna, pero que ya instalado en mi estupidez de justificárselo todo, califiqué como de asombrado nerviosismo.
    
        - A ver, cornudo... -, era la primera vez de miles que ...
    ... me llamaba así y, aunque me dolió, la dejé pasar como si se tratara de mi nombre de pila, además de reconocer que la palabrita me quedaba al centavo, y continuó: "No voy a dejar a Federico por casarme contigo y tienes que saber que me gusta coger con otros aparte de él; hay muchos hombres que me dan placer. ¿Aun así quieres casarte conmigo? No voy a dejar de cornearte por ser tu esposa". Todo se había ido al carajo: mi dignidad como hombre brillaba por su ausencia, desde el hecho de que ni siquiera era un hombre como tal. El "qué dirán" me importaba cada vez menos; de hecho, ¿cuándo me había preocupado? Claro que no es lo mismo hacerse de la vista gorda cuando tu novia le sonríe a otros que la chulean delante ti, a aceptar casarte con una ramera consumada que te anuncia que tus cuernos seguirían creciendo, pues no estaba dispuesta a dejar de compartir las nalgas con cuanto macho se le antojaba.
    
        Acepté todo. Estuve de acuerdo en seguir siendo un cornudo pendejo, pero ahora consciente de esos cuernos y de esa estupidez, un pelmazo que no tiene voz ni voto sobre las nalgas de su mujer, el venado poco hombre que no dirá nada cuando su linda esposa se entregue a otras vergas y que con el tiempo hasta agradecerá a sus corneadores por hacer sentir a la cerda lo que ni en un millón de años podría procurarle a su infiel consorte. En resumen, me ajusté los cuernos y le hice saber que estaba dispuesto a permitir sus infidelidades sin chistar ni reclamar nada. Más humillante fue ...
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