... contento con eso, metió la palma de su mano en el interior de su muslo, acariciándola, incitándola al deseo, para luego, atraerla por sus hombros y besarla con un fuego, desconocido para ella. Cuando ella quiso reaccionar, ya no pudo, y abandonada al pecado, correspondió a las caricias y sus besos, con una entrega virginal y ardiente.
Héctor la besaba de manera posesiva y apasionada. Sus labios besaron su frente, sus mejillas, y con la punta de sus labios recorrió el borde de sus labios, erotizándola, despertando sus más escondidos deseos. Luego, esos labios ardientes y varoniles recorrieron el pabellón de sus orejas, su nuca vellosa y sedosa, tomando con su boca porciones de su cuello, y volviendo luego a besarla en sus labios, con la autoridad de un amante.
Ella, poseída por el ardoroso fuego de la carne no pensó en nada más, y se entregó a las caricias de ese hombre, que la estaba tomando como si ella fuese suya. Con los ojos cerrados, y la boca abierta por la pasión, sintió que los labios de él recorrían posesiva y golosamente sus pantorrillas y muslos carnosos, cubiertos de un vello delicado y suave, que le provocaban a ella una sensación de eléctrico anhelo de ser tomada y poseída como mujer. Luego, de pronto el, hiso que Isabel agarre su dura y fuerte verga, mientras el acariciaba sus piernas y besaba su cuello.
Ella, que nunca había tenido una verga de hombre entre sus manos, la acarició, y la apretó con fuerza. Y mientras miraba esa verga, buscaba los ...
... labios del hombre que la estaba haciendo sentir una mujer de verdad. El, enardecido y brutalmente excitado, le arrancó el short y su prenda íntima, y arrodillado como estaba, se deleitó pasando sus labios y su lengua en el sexo velludo y ardiente. Mi esposa no cabía más de excitación, y como entre una visión borrosa sintió como los fuertes brazos del macho levantaron sus nalgas a la altura de su verga, empezando una suave y lenta penetración en esa rica y jugosa vagina virgen.
Cuando Héctor sintió que la delicada vagina de Isabel estaba para más, con goloso deleite fue introduciendo más y más de esa durísima verga, que a Isabel le pareció gigantesca y deliciosa. Luego, empezó a poseerla, a hacerla suya, metiendo y sacando con poder de macho, besándola apasionadamente, mientras ella; disfrutando del sexo que nunca conoció, se entregó sin reserva a ese hombre, que ahora era su marido. En el clímax de ese acto sexual prohibido, y mientras ese hombre le introducía su enorme miembro con la fuerza de un animal, ella experimentó por primera vez un orgasmo tan salvaje, que le hizo gritar, mientras sus uñas rasgaban las espaldas del brutal seductor, que le depositó con fuerza en el interior de su vagina, un chorro de semen espeso y caliente, mientras los dos, abrazados y besándose en los labios, se estremecían en convulsiones de placer infinito.
Cuando llegué, me pareció que nada había pasado, pero en el ambiente de los tres, sentí el poder del sexo, que nos consumía en un silencio ...