... hacerlo, pues como hombre estaba incapacitado para satisfac erla, y no me quedaba otro camino.
Sabiendo bien los gustos de mi mujer, y teniendo muy claro un plan que pensé, procedí valientemente a visitar los bares y prostíbulos de la ciudad, en busca de un hombre para Isabel; un hombre que solo allí podía hallarlo, ya que ese hombre debía ser resuelto, experimentado, y físicamente deseable, capaz de derribar con su presencia todos los temores y prejuicios que ella tenía, respecto a la lealtad de la mujer en el matrimonio. Claro que en todo esto, estaba latiendo la presencia de un peligro, que yo y ella desconocíamos.
Finalmente, hallé a Héctor, un hombre musculoso y apuesto, de aspecto seductor y decidido, a quien; después de hacerme su amigo, le hablé mi caso con la mayor franqueza. El, muy interesado, se decidió de muy buena gana cuando le mostré una foto, en la que ella revelaba su esplendorosa e ingenua belleza.
De inmediato, empecé a hablar de él mucho, logrando que ella se interese. Luego lo invité a comer en la casa. Ella al verlo por primera vez, quedó muy turbada, y algo aturdida, pero rápidamente se hicieron amigos, aunque Isabel; debido a su carácter, se mostraba muy reservada, y algo temerosa con él.
En la siguiente oportunidad, nos fuimos los tres a la playa. Esa fue la ocasión en que ellos pudieron contemplarse mutuamente. Ella, miraba a hurtadillas al apuesto gigante, con una especie de interés y vergüenza, que procuraba ocultar de inmediato. El, ...
... en cambio; observaba atentamente el cuerpo escultural y morbosamente sexy de mi cándida esposa. Héctor me dijo muy atrevido: “¿Esta preciosa hembra es tu mujer? ¡Qué hembra tan buena, está riquísima!” Y el resto de la tarde pasó contemplándola, sin ocultar su deseo, mientras Isabel ruborizada, no sabía dónde esconderse. Pero yo sabía que la tentación del deseo ya estaba en ella.
Un día que Héctor estaba de visita, de manera imprevista y audaz, le dijo a mi esposa: “¿Isabel, porqué siendo usted una mujer tan bonita, anda siempre vestida como una viejita?” Ella, sorprendida se sonrió y me miró, yo también sonreí. “Anda - le dije a ella- cámbiate, y ponte ese short negro que te queda tan bien” Ella, roja de la vergüenza se dirigió al dormitorio, y salió puesta esa prenda tan cortita y sexy, que revelaba abiertamente su condición de mujer sensual y provocativa. Isabel no sabía qué hacer, tropezó en varias ocasiones, y su rostro mostraba las intensa, sensaciones que sentía internamente. Yo salí a comprar unas gaseosas.
Sabiéndose solo, Héctor dejó de llamarla usted, y golpeando con su mano el sofá, y señalándole el puesto, la invitó en silencio a sentarse. Ella, dudando con pudor, pero impulsada por algo desconocido se sentó al lado del seductor; quien sin dudarlo, pasó sus manos por sus hombros, atrayéndola con fuerza hacia él. Luego, mirando el bulto de sus muslos velludos e incitantes, acercó su mano a la incitante carne, acariciándola con autoridad y poder de varón. No ...