1. Strong


    Fecha: 22/06/2019, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... los ojos. El estaba mirando al suelo, aparentemente absorto en sus pensamientos. Siguió con su mirada clavada en la cavidad de sus ojos. Fue entonces cuando el chico alzó la cabeza, y luego giró la cabeza hasta que sus miradas se cruzaron. El chico tenía unos ojos oscuros, profundos y en cierta manera tristes que le resultaron de su plena satisfacción. Los dos miraron rápidamente a otro sitio.
    
    Este juego se repitió unas cuantas veces más. Fue así como pasó de largo su parada. Tenía tiempo de sobra y la fiera, al fin y al cabo, estaba dentro de él. No hacía falta ir a ningún sitio concreto para liberarla. Siguieron las miradas.
    
    Era evidente que el chico se había dado cuenta de que se había fijado en él. Llegó el momento de no apartar la mirada. De dejarle claras las cosas. Seguro que no era la primera vez que ese chico participaba de ese juego inocente y excitante.
    
    Al siguiente cruce de miradas no apartó la vista. El chico se quedó inmóvil. Sus pupilas estuvieron concentradas mutuamente durante unos instantes que parecieron eternos. Y ese era el momento adecuado para terminar la insinuación. Lentamente bajó su mirada para recorrer nuevamente su cuerpo, esta vez descaradamente, dejando ver su interés. El chico se puso un poco inquieto.
    
    El problema del juego de miradas es que, llegado el momento, se requiere de la interactividad de la víctima. La víctima también tenía la fiera dentro, y si en ese preciso instante decidía liberarla, darle tan sólo una ligera ...
    ... concesión... la noche podría quedar resuelta.
    
    Se acercó al chico distraídamente. Se quedó al lado suyo, sin darle ninguna importancia, y se hizo el despistado. En la siguiente parada se bajó, y caminó hacia las escaleras mecánicas para girarse antes de girar la esquina y ver qué sucedía. El chico hizo ademán de salir, pero se detuvo antes de salir del tren. La fiera le había llamado, pero había conseguido reprimirla.
    
    El tren marchó tras el pitido de rigor, y mientras cogía velocidad las dos miradas se volvieron a cruzar y permanecieron unidas hasta que el ángulo de visión lo hizo imposible.
    
    Con resignación, ya que el tren había partido, salió del metro. Se había saltado un par de estaciones, pero no estaba tan lejos de su destino. Se propuso llegar andando. Así podría comprar preservativos por el camino. Liberar la fiera no implicaba necesariamente ser idiota.
    
    Todavía era temprano, pero no quería perder el tiempo. Además, no tenía demasiado dinero para perder en cosas banales. Y la experiencia habida en el metro ya le había escarmentado lo suficiente. Debía liberar su fiera, ya no era que le apeteciera hacerlo. Conforme había ido pasando el tiempo, por el mero hecho de pensar en ello, ella, la fiera, la que vivía dentro de él formando parte de su existencia y su propia personalidad, se iba apoderando de sus pensamientos y sus actos. Y debía soltarla, dejarla volar un rato, puede que toda la noche, hasta llegar el alba y recogerla tan exhausta que tardara unas semanas en ...
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