Marcela (II)
Fecha: 06/06/2019,
Categorías:
Gays
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Hay días en que aunque lo intentes con todas tus fuerzas, no consigues hacer lo que debes. Son esos días en que parece que las hormonas hayan ocupado el lugar de la sangre, y ni siquiera puedes pensar. Fue uno de esos días que encontré por segunda vez a Marcela. Ella es una travestí mulata brasileña muy simpática, alta, atlética, con unas piernas esculturales, una sonrisa que te roba el corazón y, por que no decirlo, una polla inolvidable una vez que la has probado. En aquella época estaba acabando la universidad, por las mañanas trabajaba, por las tardes iba a clase y por las noches solía entrenar con el equipo de waterpolo, así que, generalmente, no tenía tiempo libre. Sin embargo, aquella tarde había huelga en la facultad, no recuerdo muy bien porqué.
Me quedé en casa, leyendo el periódico, empezándolo, como siempre, por detrás, cuando llegué a los llamados "anuncios de relax". Curioseando entre las ofertas, me llamó la atención uno, que venía a decir: "Marcela, travestí mulata superdotada ..., etc, etc". Era un teléfono de la zona alta de Barcelona y por el prefijo no debía estar lejos de casa. Recordé un encuentro anterior con una travestí brasileña, también llamada Marcela, mientras realizaba el servicio militar, y que me había marcado profundamente. Decidí llamar, la voz al otro lado del teléfono tenía el mismo dulce acento que la Marcela que yo había conocido, no obstante, no sabía como preguntarle si era la misma sin tener más conocimiento que una noche en el ...
... coche. Así que fui a su casa. Lo peor que podía pasar era que no fuese ella y tuviese que marchar sin satisfacer el calentón que me estaba empezando a consumir.
La dirección que me indicaron, como había pensado, estaba a solo cinco minutos de casa en una pequeña calle, justo detrás de un colegio de monjas. Cuando llamé me abrió otra travestí mulata que parecía sacada de las páginas centrales de Playboy, pero no era ella. En aquel momento tomé la decisión de que, si bien ella no era la Marcela que yo estaba buscando, me quedaría de todas formas. Ella sonrió, me hizo pasar a una sala de estar con una pequeña cocina americana, desde la que podía ver, a través de las puertas entreabiertas, una habitación en penumbras con tenues luces de colores y un cuarto de baño.
Entonces la vi, la Marcela a la que había rememorado una y otra vez en mis fantasías masturbatorias estaba sentada en uno de los sofás mirando un serial en la televisión, solo estaba vestida con unas bragas y unos sujetadores, y pareció no prestar atención a mi entrada.
Su compañera me dijo que con quien de las dos quería estar. No tuve ninguna duda, volvería otro día para estar con ella, pero esa tarde solo podía estar con Marcela. Habían sido demasiadas pajas solitarias soñando con su cuerpo como para distraerme ahora con otra belleza desconocida. Fui al cuarto de baño a lavarme, y entonces entró ella, pisando con fuerza sobre unos zapatos de tacón altísimos. Llevaba bragas y sostenes a juego, de tela satinada ...