El cuartel dentro de mi
Fecha: 27/05/2019,
Categorías:
Gays
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... videocinta. La pantalla del televisor no tardó en mostrar escenas calientes, de un tío que se cogía a una tipa por todos lados. Yo miraba de reojo a Roberto que estaba excitadísimo, sudando, con una erección tremenda. Cada dos o tres segundos se frotaba el miembro por encima del pantalón, hasta que finalmente dijo: tengo ganas de hacerme una paja tremenda, ¿tú no? Yo respondí que sí. Y enseguida se bajó el zipper, sacando un instrumento enorme. Yo me ruboricé de inmediato, pero él dijo: ¿Qué? No te vas a pajear? Con movimientos torpes saqué mi verga que mostraba una erección incipiente, nada comparada con la suya. Ví como masturbaba con movimientos lentos, abriendo la boca, emitiendo unos suaves murmullos de placer. De repente lo ví despojarse de toda su ropa, quedándose con los calzoncillos blancos hasta las rodillas. Su cuerpo era como yo lo imaginaba, bien proporcionado, duro, piel cobriza, con los abdominales bien marcados. Yo nunca había visto un cuerpo así. Se acercó a mí y me sentí desafallecer. El estaba de pie y yo sentado. Su enorme falo apuntaba hacia mi cara cuando me propuso que se la tocara. Sin decir una palabra la tomé tímidamente y su mano se cerró sobre la mía, obligándome a pajearlo. La piel de ese cilindro de carne maciza era tersa, la cabeza se mostraba pulida y bastante hinchada, y debajo colgaban unas bolas como pelotas grandes, oscuras y corrugadas. Estaba caliente y húmeda, con el líquido preseminal saliendo ya, en señal de que estaba listo. Me ...
... preguntó si la quería y dije que sí. Con dije con una voz tan suave que no delataba la emoción tan grande que sentía por tener esa cosa en mi mano, por imaginarme su falo penetrando en mi culo. Lo dije pensando que había aceptado con ese propósito, aunque no me lo confesara abiertamente. Lo dije pensando en que éste era, carajo, todo un hombre, diferente a los adolescentes que hasta ese momento había conocido. Lo dije mirando directamente a sus ojos, chispeantes, mientras mi mano estiraba nuevamente el orgullo de su masculinidad.
Me dio un beso en los labios, apenas un pequeño toque, y luego otro, más prolongado, un poco después ya estaba metiendo su lengua por toda mi boca, recreándose en mi lengua, en mis dientes, en mis labios, recorriendo mi cuello, mi pecho, mis tetillas, mi vientre. Quiero que lo hagas tú, dijo, y como buen alumno lo imité. Primero sus labios, luego su lengua, sus dientes, su cuello, sus tetillas, su vientre.
Una vez allí me empujó la cabeza hacia abajo y me encontré con su miembro a la altura de mi boca. Bésalo, pidió, y yo lo hice. Trágatelo, pidió, y yo lo hice. Sentí la potencia de su verga horadando mi garganta y tuve una sensación de ahogo. Semejante pitón no cabía más allá, pero Roberto empujaba, tratando de meterse más. En la segunda sofocación supe que tragarme esa cosa entera era misión imposible. Me limité a ensalivarla toda, a repasarla de arriba abajo con mi lengua, con mis dientes, con mis labios. Le daba pequeños apretones con los dientes ...