1. Mundo salvaje


    Fecha: 23/02/2019, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... incongruente, tan fuera de toda razón, que se decía que sentía como visiones, algo enteramente irreal, fruto Dios sabría de qué; pero la impresión ahí estaba, terca, inamovible, lo que hizo que fuera prestando más y más atención a las ídem con que su hijo la distinguía y, por finales, concluyó que de quimeras, irrealidades, nada de nada, que su hijo, sin duda, aprovechaba tales ocasiones para, con casi descaro, “meterle mano”, en especial, refregando sus partes pudendas en el cuerpo materno, las nalguitas, particularmente, aunque también, a veces, y como al desgaire, se le iba alguna que otra manita al “pan”, a los maternos senos.
    
    Ese fue el punto de inflexión que cambió para siempre la relación madre-hijo, pues Ana comenzó por volverse precavida, evitando el contacto directo con su hijo, sin permitirle ya esas caricias, besos y abrazos, que él tanto buscaba. Pero, al parecer, el muchacho no tomó tan mal tal cambio en su madre, sin intentar forzar nada como respetando la materna decisión. Claro que el chaval era un tanto marrullero, golfillo en el sentido de caradura, con “labia” para convencer, lograr lo que quería, y a eso recurría cuando Ana se le ponía terne que terne a sus intentos de abrazarla y acariciarla
    
    —Lo que pasa es que usted ya no me quiere, mama (5)
    
    Y se ponía a hacer pucheretes, como si, en verdad, fuera a echarse a llorar, cuál el crío que fingía ser. Su madre, entonces, se echaba a reír, pues de verdad le hacían gracia las salidas del chaval, ...
    ... diciéndose para sus adentros “Pero qué diablillo es el pedazo de sinvergüenza”, mas seguía en sus trece en lo de “Las manitas quietas, que luego van al pan”. Así que le revolvía los cabellos y le decía
    
    —Es que te pones muy pesado, Yago ¡Uff! Tanto besuqueo, tanto abrazo. Me agobias, hijo, me agobias
    
    Le daba un beso en la mejilla, más furtivo que otra cosa, y se lo quitaba de encima, echándole de donde estuviera, pretextando tener que hacer cosas y más cosas. Él seguía con sus regalos, las flores, los collares, pulseritas y muñequitas talladas. En fin, que Yago, de la manera más descarada, cortejaba a su madre cual mozo a moza. Las cosas siguieron así, a media asta, podría decirse, hasta que se volvieron a torcer, más y más. Fue por cuando el muchacho enfilaba su veintiún cumpleaños, a no tantos meses de hacerlos; de repente, cesó, radicalmente, en intentar acercarse a ella para besarla, acariciarla y tal. Parecía que, por fin, se había olvidado de lo de los “cariñitos” a su mami en la corta distancia pero, en “compensación”, empezó un acoso sicológico mucho más demoledor, con sus ojos, su mirada, posada casi permanentemente en ella, siempre que estaba en casa, recorriéndole el cuerpo, culo y senos muy especialmente, en la forma más libidinosa, más lujuriosa, que darse pueda, que no parecía sino que la desnudaba con los ojos, y Ana comenzó a sentirse verdaderamente mal en su presencia, odiando esos ratos en que el joven estaba en casa. Hasta llegó a sentir no ya miedo, sino ...
«12...456...16»