Mundo salvaje
Fecha: 23/02/2019,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
CAPÍTULO 1º
Estamos hacia elAnno Dómini de mil quinientos veintitantos, en una isla perdida, aislada en mitad de la mar océana, a miles y miles de kilómetros de cualquier punto habitado, y para más INRI, deshabitada, sin rastro de vida humana por ningún sitio. A tal lugar acaban de arribar tres personas, un hombre, Juan, unos cuarenta y dos años, una mujer, Ana, veintiocho años casi recién cumplidos, esposa del hombre, y un niño, Yago (1), entre cinco y seis años, hijo de los anteriores. Relatar todas las peripecias que hasta allí les llevaron sería demasiado prolijo, hasta aburrido, con lo que sólo indicar que ellos son españoles, campesinos extremeños por más señas, pobres como ratas, que el hambre viva les llevó a emigrar a esa especie de nueva Tierra de Promisión que eran las no ha tanto descubiertas por micer Cristóforo Colombo, hecho Gran Almirante de la Mar Océana por los que fueran nuestros reyes Dª Isabel de Castilla y D. Fernando de Aragón. Y hacia allá embarcaron un mal día en Sevilla. Consumados los dos tercios del viaje, les sobrevino un ataque pirata, del cual sólo ellos tres sobrevivieron, madre e hijo al esconderse en la sentina, el estercolero del barco, vamos, y el padre al rozarle la frente una bala de pistola que le dejó inconsciente, pasando así por muerto ante los piratas.
Luego, su total desconocimiento de las artes de marear, navegar, sin poder pues gobernar el buque, dejó a éste a la deriva, a merced del capricho de vientos y corrientes ...
... marinas, con el agravante de una serie de vendavales, tormentas de diverso calibre, que les mantuvo dos, tres meses a la buena de Dios por aquél océano tenebroso, para, finalmente, hacerles encallar en una somera rada de la isla. Lo primero que hicieron al bajar a tierra fue dar infinitas gracias al Altísimo por conservarles la vida y puesto, al fin, en tierra firme; pero bien se dice que la alegría dura poco en casa del pobre, y eso les pasó cuando, en menos que se arda en decirlo, comprobaron que no sólo estaban en una isla, sino que estaban solos, sin rastro de ser humano alguno en todo aquél lugar.
Al desánimo inicial pronto sucedió una fe absoluta en que, antes que después, avistarían un barco que les devolviera a tierra de cristianos, pero los meses pasaron y pasaron sin una mala vela que llevarse a los ojos, lo que acabó por convencerles de que, si Dios no lo remediaba, y por la labor, la verdad, no Lo veían, allí estarían hasta estirar la pata y arrugar el hocico. Pero bien se dice, también, que no hay mal que por bien no venga, y aquello, tras que lograron asimilarlo con lo de que, al menos, estaban vivos y sobrevivir en aquella isla no revestiría mayor problema, pues, a Dios gracias, el agua abundaba, en numerosos riachuelos, arroyos y arroyuelos, nada de ni siquiera medianos caudales acuíferos, pero, al menos, allí estaban, que casi difícil era andar quinientos, seiscientos metros sin toparte con una corriente de agua. Tampoco la comida faltaba, pues los bosques, entre ...