1. Mundo salvaje


    Fecha: 23/02/2019, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... templados y tropicales, tampoco faltaban, con árboles frutales de diferentes especies, desde higos, eso sí, rarísimos, de color rosáceo al madurar (2), amén de tampoco faltar la caza, lo mismo menor que mayor, desde los humildes conejos y liebres hasta venados, antílopes, unos enanos, no mayores que perros medianos, como el “Druikers”, otros enormes, pasando por el cerdo salvaje africano, el facocero.
    
    Es famoso en España un dicho, que, en esta vida, quien no se conforma con lo que tiene es porque no quiere, y eso, mismamente, es lo que les pasó al bueno de Juan y su mujer, Ana, que, finalmente, se conformaron con lo que había, a ver qué remedio, que a la fuerza ahorcan. Allí les tocaría vivir por sabe Dios los años; muy posible, hasta el fin de sus vidas. Hasta entonces, mientras mantuvieron la esperanza en el barco salvador, ni se ocuparon de su forma de vivir, habitando las zonas más altas, lo alto de las montañas, los sistemas montañosos que señoreaban la mayor parte de la geografía isleña, los dos tercios, si es que no era más, de su suelo, sin preocuparse de cómo vivían, más a la intemperie que otra cosa, cubriéndose en las noches con la lona embreada de las velas del barco, sólo pendientes de otear la superficie marina en espera de la salvación que por allí esperaban, pero cuando se convencieron de que eso, lo del barco salvador, era más una entelequia que una posibilidad, se dijeron que mejor instalarse lo más cómodamente posible que seguir viviendo a salto de ...
    ... mata.
    
    Así, lo primero que decidió el matrimonio fue salir de allí, las Tierras Altas, como ya llamaban a las áreas montañosas, para trasladarse al único rodal de playa que allí había, un arco de unos doce, quince, kilómetros de largo este-oeste, en el extremo suroriental de la isla, de fina y blanquísima arena, muy parecida a las playas caribeñas, con una, digamos, segunda línea de extensos palmerales, cocoteros en su mayoría, pero sin tampoco faltar las palmas datileras, y más allá, cerrando el horizonte, la selva tropical, casi impenetrable. Tampoco el agua faltaba al lugar, suministrada por varios riachuelos que allá venían, dóciles, a entregar sus aguas al mar. Allí, pues, asentaron sus reales, construyéndose una vivienda, cabaña de gruesos troncos de árbol, palmeras exactamente, en cuyo claro plantaron la casa rodeada de palmeras y a unos ochenta-cien metros de uno de tales riachuelos, que discurría hacia su destino por la espalda de la casa, hacia su izquierda. La cabaña con tres estancias, dos dormitorios, matrimonio y el de su hijo, Yago, más una sala en funciones de cocina, comedor y estar, todo en una pieza.
    
    Para esto, talar los árboles y construir su casa, de inestimable ayuda fue el pañol de herramientas del barco, proveyéndose así de sierras, tronzador, hachas, martillos, tenazas, etc.; toda una bendición de Dios en su limitado estado. También les sirvió el barco para surtirse de muebles, mesa grande más sillas y taburetes para la sala-estar siendo camastro para ...
«1234...16»