Mundo salvaje
Fecha: 23/02/2019,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
... que se mataran entre sí. Se decía que, seguramente, con el tiempo, eso se iría suavizando. Que él acabaría aceptando aquello de mejor grado, dejando de sufrir, compensado por ella cuando cada día volviera a él.
Segundos antes de las ocho de la tarde-noche, Juan entró en casa, saliéndole Ana al encuentro, dichosa con verle y feliz de tenerle a su lado. Le abrazó, le beso, para decirle
—Enseguida estará la cena, amor. Supongo que Yago no tardará en llegar
Pero Juan venía hecho una pena; apagado, los hombros hundidos, más terroso que pálido. La viva imagen del dolor, de la derrota. Y así es como se sentía, derrotado; derrotado, que no vencido. Y sin luchar. Se le había rendido, sin lucha, sin mover un dedo. Al final, había hecho lo que Yago le decía: Rendírsele, marchándose, además, de casa. Aceptando la victoria del rival sin luchar, como un cobarde, como si le tuviera miedo.
Minutos más tarde apareció Yago, con un hermosísimo jabalí(7) a cuestas que descargó en un rincón de la estancia, tal y como le indicara Ana. Saludó con un lacónico, casi vergonzoso, “Hola. Buenas noches” al que Juan contestó con el mismo laconismo, pero que de Ana no mereció réplica alguna. La verdad es que el joven no venía en son de guerra, sino más bien cortado, inseguro, ante sus padres. Al poco, como rompiendo el hielo, habló
—Padre, si a usted le parece bien, mañana podríamos desollar el jabalí. Entre los dos…
Juan respondió, tranquilo, sin inflexión alguna en la voz, aceptando lo ...
... que su hijo le decía, pero Ana saltó como si acabara de picarla una víbora
—¡Tú mañana, apenas amanezca, sales de casa y no quiero volver a verte hasta las ocho de la tarde! Al jabalí ya lo desollaremos entre tu padre y yo. O lo dejaré por ahí, para que se pudra
—Como usted diga, madre; como usted diga…
La cena transcurrió en silencio, un silencio casi ominoso y apenas Juan tragó su último bocado, sin decir nada, sin despedirse, tomó su lanza de junto a la jamba de la puerta, salió fuera y se perdió en la negrura de la noche. Yago, intrigado, preguntó
—¿Y padre? ¿Dónde va?
—A la playa, seguramente. No dormirá en casa. Ninguna noche ya dormirá en casa. Lo hará por la playa…
Yago no respondió, no dijo nada, pero una idea quedó grabada en su cerebro: ¡Estarían solos en casa, su madre y él, la noche entera! Y en su mente se dibujó una sardónica sonrisa. Sería interesante, sí; las noches en casa, su madre y él solos, podían ser muy, muy, interesantes…
Ana había recogido de la mesa todo cuanto habían usado y procedía a fregarlo en un balde de agua; por su parte, Yago miraba a su madre, pensativo y con un punto, muy remarcado, de entre admiración y deseo ante ese cuerpo que, sin duda alguna, le volvía loco de deseo. Pero loco perdido. Un deseo bestial, irrefrenable, fuera ya de todo control. Pero no hizo nada fuera de lugar, sólo dijo que estaba cansado y se iba a dormir, con lo que se levantó y salió de la estancia, rumbo a su cuarto. Ana se quedó allí, sola, ...