1. Rosa, viuda fantástica


    Fecha: 16/12/2018, Categorías: Hetero Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Se llama Rosa.
    
    Es una mujer de unos 40 años, cabello lacio y castaño, piel trigueña y ojos café claros semirrasgados, con un aire de estilo oriental.
    
    Aunque no es alta (mide 1.55 m) tiene un cuerpo muy bien proporcionado. Es un poco rellena, sin embargo la distribución de sus libras es exquisita: tiene más en las caderas y en los muslos, poco en la cintura en los pechos y en los brazos.
    
    Es hermana de Francisco, un gran amigo mío. Cuando la conocí hace unos pocos años, era una hermosa enfermera del Hospital Militar, entonces viuda desde hacía dos años. Su esposo era uno de los cientos de militares que ofrendaron inútilmente su vida durante la guerra de mi país.
    
    Siempre fue seria, sobria, simpática y muy señora de su casa, jamás imaginé que algún día iba a tirármela hasta que me dijera basta.
    
    Aquella noche, fui a San Salvador a arreglar asuntos relacionados a mi traslado a la Universidad de allí. Francisco iba a estar entonces en casa de Rosa, sin embargo, impidieron viajar, pero me dijo que podría quedarme donde su hermana esa noche.
    
    Llegué como a las seis de la tarde a casa de Rosa, no sin antes vacilar un poco al encontrar la casa pues había pasado mucho tiempo desde la última vez que fui.
    
    Toqué con cortesía y casi al instante se abrió la puerta. La imagen de aquella semidiosa de estatura mediana se formó en mi mente, encantadora, subliminal, como con un halo de ángel. Pero no, salió el niño mayor de ella y me dijo:
    
    ¿Qué ...
    ... quiere?
    
    Evidentemente, el niño no me conocía, pues nunca me había visto.
    
    Buenas tardes, busco a Rosa.
    
    Bien había terminado de decir aquellas palabras, cuando de dentro sonó la voz de la hermana de Francisco.
    
    Déjalo entrar, Josué. Es compañero de Tío Francisco
    
    El gesto de desconfianza del chico cambió entonces, a uno más cordial. Abrió la puerta, me dijo que me sentara en un sofá y me ofreció agua. Más adentro, sobre el piso, jugaba Flavio, el hijo menor de Rosa, que entonces tendría unos 4 años.
    
    Desde el primer momento que llegué, Rosa se portó de mil maravillas conmigo, muchas atenciones, muchas preferencias, etc. Cuando llegué se encontraba haciendo la cena. Llevaba puesta una blusa de algodón sin mangas y un short que le llegaba a medio muslo. Incluso, era más largo el delantal que llevaba encima de éste. Sus piernas rollizas y muy bien torneadas se mostraban a grandes rasgos por la poca ropa. Aquello no pasó desapercibido para mí, y creo que para ella tampoco, porque a ratos disimuladamente las escondía tras la cocina mientras preparaba la comida. En tanto, yo me entretenía entreteniendo a sus hijos con trucos y relatos.
    
    ¿Quieres comer ya? -me dijo suavemente, con un dejo de dulzura incomprensible. Claro -contesté. Ya eran las siete de la noche y en verdad, el hambre ya me estaba consumiendo.
    
    Cenamos los cuatro, cruzando no muchas palabras: que cómo me iba en los estudios, que si los niños suyos estaban bien, que si le había visitado su familia, en fin... puras ...
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