Fecha: 04/08/2017,
Categorías:
Sexo Oral
Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos
Llegué a casa desanimada por desaprobar anatomía en la facu, porque afuera llovía y porque me crucé en el camino al estúpido de mi ex. Obviamente se me acercó para largarme el mismo discurso barato de que si volvemos todo iba a ser distinto, y por poco prometiéndome el paraíso. Parece haber olvidado que me cagó con mi mejor amiga, casualmente un día como hoy, a horas de mi cumple. Para colmo odio los días de lluvia.
Mis padres estaban en lo de mis abuelos, mi hermano salía con su novia al cine, mis únicas dos amigas tenían otros planes, y yo, me debatía entre ordenar mi cuarto, lavar algo de ropa o aplastarme en el sillón película y pucho mediante.
Nunca tuve mucha vida social que digamos. Lo seguro es que tenía un hambre infinito, y como ya eran las 9 en punto, decidí pedir una pizza y una birra a mi salud. Dejé mis apuntes, mi libreta y mi saquito negro en la silla, prendí la tele, tomé unos tragos de una gaseosa tibia y casi sin gas, cerré las ventanas porque el viento se ponía ciclotímico y furioso, y justo cuando iba a marcar el número del delibery veo por accidente en uno de esos canales condicionados que dos negrazos le hacen comer sus pijas duras como témpanos a dos universitarias chillonas, a las que no les entraba más el glande de esas monstruosidades, pero se esforzaban por poder más, desnudas y cubiertas de saliva. Los tenemos gracias al pajero de mi hermano que se desvive por pagarlos. Eso encendió todas las alarmas sexuales de mi cuerpo, y pensé que ...
... estaría buenísimo cogerme a Camilo, un flaco de unos treinta que labura en el delibery. Después de todo mañana cumplía 23 y no había tenido tiempo de comprarme nada.
Era solo una idea arriesgada y amoral. Sin embargo, poco a poco, por las imágenes de la tele, sumado a las dos copitas de vino que tomé mientras repasaba el living y los estruendos de los rayos afuera, me animé y llamé a la roticería.
Pedí una pizza especial con jamón, dos empanadas de pollo y, con los nervios en la garganta pregunté si Camilo podría traerme el pedido. Cuando la chica dijo que no había problemas me paralicé. Tanto que tuve que llamar otra vez para que apunten mi dirección. Ahí supe que contaba con una demora de 50 minutos.
En el trayecto perfumé un poco el ambiente, saqué al perro al patio, me fumé un pucho sin evitar apretarme las tetas por la impaciencia, y apagué la tele, porque no podía estar tan mojada cuando llegue mi hombre.
¡Sos una boluda Pamela, apenas lo veas te cagás en las patas y volvés a dormir sola!, dijo una voz adentro mío, supongo que para tranquilizarme cuando ya me comía las uñas.
Apenas sonó el timbre me despojé de mis guillerminas bajas y corrí descalza a abrirle. Lo vi subido a su moto fluor, todo trabadito, con mi pedido en la mano, con su cara de orto habitual y el pelo revuelto por la tormenta que cubría el cielo de efectos luminosos, y ni lo dudé. Le pedí que entre, que ate la moto a uno de los postes de luz, que me cobre y se quede con el vuelto, pero que me ...