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Loco por ti
Fecha: 31/07/2017, Categorías: Sexo en Grupo Autor: Diego Alatriste, Fuente: CuentoRelatos
El paisaje urbano se iba sucediendo a sus pasos y nuevas historias le surgían. Escuchó a un niño llorar y al instante su queja se ahogó con el pecho cálido de la madre. Creyó ver tras una ventana un hombre quieto y mirando al frente; un espectro al que sólo la noche permitía mirar al exterior. Un alma sin descanso que habitaba aquella sombría casa presa de la humedad y el abandono. Sin tenerlo escrito en ninguna ruta, sus pasos se encaminaron a la carretera que atraviesa el pueblo, el lugar donde vivió de niño y donde ahora estaba la casa de Ana. Decidió pasar por la acera de enfrente. Desde allí se veía la casa completa. Un coche aparcado le sirvió de escaso parapeto para estar unos instantes mirando. Era como mirar el cofre de un tesoro. Entre aquellas paredes estaba la persona que más deseaba en este mundo. De repente, un destello opaco señaló el balcón que hay en el piso de arriba. Era el dormitorio. Pudo ver la silueta de Ana, tras las cortinas, cerrando los postigos para volver a dejar la casa completamente ciega. ¿Estaba sola? Este pensamiento le acompañaba cuando reanudó la marcha carretera arriba. ¿Cómo podría salir de la duda? Si llamaba por teléfono y estaba acompañada, se delataría enseguida. Un 50% es mucho riesgo. ¿Y si ocurriese algo en la calle que hiciera a todos los vecinos salir fuera? Demasiado aparatoso, además, él tendría que estar allí para ver quién salía. Recordó los tiempos en los que hacía travesuras. Entonces era capaz de poner en jaque a toda ...
... la vecindad llamando a las puertas de dos en dos con un hilo atado a los llamadores ¿Cómo cojones me vas a decir que han llamado a tu puerta si yo estoy aquí y no he visto a nadie? Aseguraba Ángela dirigiéndose a su vecina. o, aquella otra vez, que cambió las señales de tráfico que dejaron los trabajadores que arreglaban la carretera y desvió toda la circulación por la Cuesta de Pepino. Los camiones se veían literalmente negros hasta salvar el desnivel y luego se aventuraban por callejas estrechas dejando a su paso un rosario de santos que mejor no contar. ¡Aquellos eran planes! Casi siempre contaba con la inestimable colaboración de Alfonso Higueras, al que la risa producía un extraño comportamiento: se tiraba al suelo y sujetándose el vientre con las dos manos soltaba una carcajada sorda que al rato se convertía en una secuencia de carcajadas descontroladas. De repente, reconfortado en aquellos recuerdos volvió sobre sus pasos y estuvo un rato de nuevo frente a la casa de Ana. Buscó en la basura una botella de detergente vacía. Un poco más abajo, junto al taller, no le fue difícil encontrar un buen trozo de alambre y una cuerda que cogió prestada de un Land Rover averiado junto al taller y con las puertas abiertas. Con la diminuta navaja de su cortaúñas, quitó el fondo de la botella y la cortó varias veces desde la boca hasta el final. Cuando hubo terminado, aquello parecía una brocha grande de tiras de plástico. Ató la boca de la botella a un extremo de la cuerda y el ...