Fecha: 17/09/2022,
Categorías:
Incesto
Autor: Gabriel Vera, Fuente: CuentoRelatos
La acompañé a la cama, ella me ceñía la cintura con su brazo, yo la tomaba del hombro. Llegamos al cuarto, abrí la cama y la acosté. Me puse a su lado, tapado apenas con la batita que había tomado antes, al salir. Nos quedamos mirando. Una sonrisa de paz nos vino a las caras.
—¿Estás mejor, mamá?
—Sí, hijo, nunca había sentido algo tan fuerte, se ve que la falta de costumbre del cuerpo, bueno, de usar el cuerpo, fue una sobrecarga, me parece.
—Estuviste mirando.
—Sí, tenía miedo de lo que pudiese pasar, no sé, o no sabía. Ahora veo que me puedes sustituir sin problemas.
Calló un momento, veía que tenía ganas de añadir algo. Tosió, por ganar tiempo y valor.
—¿Te lo pasaste bien?
—Eh… Primero tenía miedo, pero luego, me temo que las sensaciones fueron más exageradas de lo que jamás había sentido. Papá no tenía que enterarse, y esa fue mi excusa, pero la verdad es que disfruté mucho, y papá lo hace muy bien.
—Sí, hijo, de eso no tengo queja. Me alegro por ti, pero me he quedado triste porque ahora que ocupas mi lugar he pensado que me queda toda una vida por delante, en ti, en tu cuerpo, y yo estaba hecha a esta vida…
—Tendremos que tener la esperanza de que algo cambie, no sé, esto tan irreal no sé qué puede pasar en el futuro. Me encanta tu cuerpo, mamá, y pienso que esto se arreglará.
—Ay, hijo, ojalá. ¿De verdad te gusto… O, más bien, te gusta?
—Sí, no sabía lo que se puede disfrutar con el sexo femenino. Era algo egoísta con las chicas, y ...
... ahora… Bueno, ahora lo de las chicas, nada. Espera, ¿y las vecinas?
—Eh, bueno, ten en cuenta que estamos solas gran parte del día, nos reunimos, nos contamos nuestras cosas y como nuestras cosas incluyen el deseo, nos tenemos que arreglar así. Ellas consiguen que, los días en que no hay débito, nos pongamos a tono. No todos los maridos pagan sus deudas como tu padre, hijo.
—Ya, ya veo que es buen pagador y está bien de fondos.
—Pues tú tampoco tienes malos recursos, según he visto antes, cuando tuve que usar tu pene.
—Hombre, no me ha fallado hasta ahora.
—Mira, hablando de él, por la puerta asoma.
Era verdad, la cabeza asomaba por el calzoncillo arriba. Toqué a mi fiel amigo, que tantas alegrías me había proporcionado, y que me acompañaba de toda la vida, sin exagerar. Ahora, al tenerlo tan alejado, y sin embargo tan cerca, me entró nostalgia, y lo acaricié un poquito. Él parece que se alegró de verme, y me saludó creciendo un poco más. Mi madre sonreía.
—Qué gusto.
—¿Sigo?
—Sí, —dijo con otra voz, más profunda.
Me agaché y besé mi pene, para luego lamerlo; todavía le quedaban algunos restos de la eyaculación anterior. Lo dejé limpio, y luego metí el glande en la boca, animándolo. Se me ocurrió que algo que no había hecho nunca, y que a lo mejor estaba bien era esto: Le bajé el calzoncillo a mi madre, sujeté el pene y lo metí entre mis tetas. El resultado fue rápido y placentero, a juzgar por la cara de mamá, que se movía ahora para despojarse de ...