... normas sociales, le pregunté si deseaba contraer matrimonio, me dijo que no, que bastaba con vivir juntos, que conmigo se sentía muy plena y que le encantaba estar a mi lado.
Durante los años de relación tuvimos varios encuentros sexuales, aunque no muchos, su trabajo impedía que pudiéramos vernos más seguido en la semana. Mi trabajo tampoco contribuía. Así fue que nunca tuvimos una vida social amplia, sino limitada a nuestras familias y algunas salidas esporádicas.
Nos mudamos a un departamento ubicado en el centro de Las Barcas, una ciudad que mezcla lo nuevo con lo antiguo. La convivencia era muy buena, tuvimos relaciones íntimas con mayor asiduidad, Alana era una mujer abierta pero hasta cierto punto. Algunas cuestiones sexuales que me gustaban mucho, como por ejemplo, el sexo anal o terminar en su boca y que tomara mi semen, eran cosas que tenía vedada.
El tiempo fue pasando, ya casi dos años, ambos seguíamos con nuestros trabajos y con nuestras rutinas.
En cierta ocasión cuando llego a la universidad dos compañeros estaban charlando animadamente en el patio, cerca de la escalera que daba al gimnasio de la facultad. Me acerqué a ellos y me metí en la conversación.
Juan estaba comentando que había ido hasta la ciudad de San Roque y había concurrido a Singapur, éste era una burlesque muy conocido por la zona, caro por cierto, donde solían ir de fiestas los turistas.
Me fui con dos amigos, dijo Juan, estuvimos en la barra tomando unos tragos y a eso de la ...
... una de la mañana pasamos hacia el interior del ambiente Azul, llamado así porque todo era azul en su interior y allí entre luces tenues, desfilaban un conjunto de señoritas que eran elegidas por los clientes para mantener relaciones sexuales.
Juan dijo que había una mujer impactante de unos 25 a 30 años, que le pareció maravillosa. Que no tenía palabras para poder describirla.
Fuiste con ella. Le pregunté.
No, me dijo, ella es muy cara.
Cara, dije, cara, cuánto. Repliqué.
Y me dijo Juan, como alrededor de veinte mil pesos.
¡¡¡Caramba!!! Dije, es algo así como un tercio de mi sueldo.
Y cómo se llama, pregunté.
Eros, como el dios griego del amor.
Bueno, bueno, dije. Cuánta soberbia.
Para nada, me dijo Alberto, mi otro compañero, es una diosa. Ni te imaginás.
La probaste, pregunté. No, respondió, pero verla es un deleite.
Bueno, parece que es hora de ir a trabajar, dijo Alberto. Y nos fuimos a nuestras oficinas los tres.
Por horas, pensé, es como demasiado, que tanto de bueno puede tener una mujer para cobrar esa cifra.
Pero la verdad es que me quedé bastante pensativo respecto de esa conversación. Ya que recordé que en cierta oportunidad el director académico de la facultad había hecho referencia al lugar y a una mujer altamente llamativa, mucho más que las otras damas.
Mi interés se despertó dada la concordancia de los comentarios. Pero no podía sacar de un solo golpe ese dinero de mi sueldo ya que Alana se daría cuenta y no tendría ...