... imagen del espejo en la que se veía reflejada saliese todo su cuerpo. Probó varias instantáneas hasta que eligió la que más le convencía. Una vez se hubo decidido, la envió.
Esta vez la respuesta tardaba en llegar. Pensó que tal vez había hecho algo mal, por lo que volvió a mirarse en el espejo. De repente, sonó el tono de llamada, era él.
―Hola, pensaba que me ibas a escribir.
―Bueno, después de ver la foto, que menos que llamarte, ¿no?
―Jejeje, ¿te ha gustado? ¿Queda como te lo habías imaginado?
―Sí, bueno, te queda incluso mejor de todo lo que me había imaginado. Me ha gustado mucho. ¿Y a ti?
―Claro, sí… menuda sorpresa… Me había hecho a la idea que igual me habías metido algún relato, pero esta sorpresa me ha encantado.
―Ya me lo imaginaba, me ha encantado a mí comprarlo y ver cómo te ha quedado. De todas maneras, quiero ver otro ángulo para recrearme, ¿puedes tumbarte en la cama, boca arriba y con las piernas en alto, y sacas una foto desde tu punto de vista hacia los zapatos?
―Claro querido, ahora mismo. Ciao
―Gracias, ciao…
Colgó y se fue hasta la cama. Con cuidado de no estropear el vestido se tumbó boca arriba, como él le había dicho, tratando de estirar las piernas hasta que sus tobillos se cruzasen en lo alto. Aunque era una postura algo forzada, consiguió sacar un par de fotos. Eligió la última y la envió.
Al instante, sonó el timbre de su habitación. Del susto, se incorporó y se puso de pie. De pronto se veía a sí misma como ...
... fuera de lugar, teniendo que abrir la puerta vestida de ese modo. Seguro que era su compañera, con alguna historia… Menuda rabia, en ese preciso momento tenía que venir… “Bueno, calma” se repitió a si misma mientras avanzaba hacia la puerta. Volvió a sonar el timbre, a lo que ella respondió con un “ya voy”. Puso el pie cerca de la puerta y lo abrió lentamente, dejando sólo la puerta abierta un palmo, lo justo para asomar la cabeza y no dejarse ver demasiado.
Lo que vio en la puerta le dio un vuelco al corazón. Frente a su puerta, de pie, con las manos en los bolsillos del pantalón, vestido de traje, estaba él. No se lo podía creer. Él. El mismo que imaginaba al otro lado del teléfono a 500 kilómetros de distancia estaba allí, a dos palmos de ella. Del susto se le quedó la cara desencajada. Eso sí que no se lo esperaba.
―Pero… cómo… qué… o sea… - no podía articular palabra.
―Esta vez no hay relato, espero que no estás defraudada-le dijo. Mientras empujaba la puerta abriéndola al tiempo que entraba en la habitación.
Antes de que ella pudiese articular palabra, él posó sus manos en sus mejillas, mientras que sus labios buscaban los de ella, con la intención de desdibujar su estupefacta sonrisa con un largo beso, intenso y cálido.
Ella dio dos pasos atrás para evitar caerse y antes de que se separasen sus labios, devolvió el beso con renovado impulso. Ahora sus manos eran las que buscaban las mejillas de él. Se volvieron a mirar a los ojos, a corta distancia, durante ...