Al final sucedió lo que no podía evitarse. El deseo es una fuerza poderosa...
Laura es una mujer hermosa, no se puede negar. Cuerpo de formas deseables, con caderas proporcionadas y pecho bien dispuesto. Ojos grandes y boca de labios voluptuosos, con una sonrisa de las que derriten, y cabello largo, de sirena. Le gusta cuidar su aspecto, con ropa y maquillaje que realzan su atractivo, contrastando el negro azabache de su melena con el rojo de los labios. Y las uñas a juego, haciendo destacar sus manos, de gestos femeninos y sensuales.
Aunque no es su trabajo ideal, entró en una firma reconocida, como asistente personal de Arístides. Y quizás lo único destacable sea precisamente su jefe directo, ya de cierta edad, pero con un gran atractivo. Bien plantado, pelo corto, afeitado y siempre bien peinado, con ropa de corte excelente. Cada día, impecable en su aspecto y sus formas, pero lamentablemente casado y en apariencia muy enamorado. Nunca hubo un gesto que evidenciase lo contrario, y ni rondaba mujeres ni hacía comentarios libidinosos o desagradables.
Varonil, un hombre de los pies a la cabeza.
Laura le observaba con frecuencia, y sin poder evitarlo, los ojos se le iban a sus pantalones. Tratando de disimular, se quedaba embobada con unas nalgas que le parecían perfectas, e imaginaba formas y medidas en el bulto que se marcaba en la fina tela. Se sorprendió mordisqueando en ocasiones su labio inferior, en un gesto lujurioso, y ciertamente, en algún momento llegó ...
... a humedecerse. Probablemente, a cualquiera le pasaría.
Es más que probable que el señor Arístides se hubiese dado cuenta de las miradas y los gestos, y seguramente no estaba a disgusto. Desde el primer día, era evidente que se gustaban. Saludos mirándose fijamente a los ojos, roces involuntarios al salir de la oficina, besitos de despedida en la mejilla, pero cada vez más cerca de la comisura de los labios... provocaban cosquillas en ambos, reacciones que no eran más que el preámbulo de lo inevitable.
Ayer fue un día realmente pesado, de mucho trabajo. Tras la dura jornada, los empleados fueron marchándose a casa, y ya casi de noche, la oficina quedó vacía. Sólo quedaban ellos dos, y tan sólo había que archivar algunos expedientes. La llamó a su lugar, y felicitándole por su fantástica labor, le ofreció un caballito de un muy buen mezcal, que nunca debe faltar en un despacho que se precie. Sólo una copita, para festejar y finalizar el arduo día, y ella la aceptó mientras se sentaba en uno de los sillones cruzando las piernas. La falda, ya de por sí bastante corta, se subió aún más.
Todo el contexto, el despacho, la luz del anochecer, la situación de intimidad, hacían que la tensión sexual fuese palpable y ambos eran conscientes. Él se paró frente a ella, el cierre de los pantalones casi en su cara, y justo a esa altura le entregaba la copita. Ella miró por un segundo un bulto notable en la zona, y subiendo la mirada de forma provocadora, se mojó los labios antes de ...