Secuestro consentido.
Fecha: 18/07/2022,
Categorías:
Dominación / BDSM
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Todavía me cabreo cada vez que escucho a mis amigos cuando les da por recordar la época del instituto; lo peor no es cuando se ponen a contar sus batallitas sino cuando terminan con un “ojalá volviéramos a aquella época”. Como se nota que ellos no vivieron el infierno que me tocó sufrir a mí, o bueno, mejor dicho, el bullying que no le hacían a ellos los repetidores me lo hacían a mí.
Tampoco me diferenciaba mucho de ellos por aquel entonces, todos teníamos granos, llevábamos gafas con forma de tubo de vaso y nos consideraban los frikis de la clase, pero a lo mejor era el simple hecho de llevar braquets, o sea, los aparatos de metal en los dientes lo que me hacía diferente a ellos.
Los braquets antiguamente no eran como ahora, solían ser más gordos, gruesos y apestaban a hierro que echaba para atrás, por eso que alguien los llevase daba de qué hablar. Y por si no odiase ser el centro de atención de cualquier situación el primer día que llegué a clase con ellos me gané un par de motes que hasta a día de hoy como esas “batallitas”, me siguen recordando.
Lo que más satisfacción me produce de toda esta situación no es que a día de hoy sea totalmente alguien diferente, si no la historia que nadie conoce de uno de aquellos días. Esa sí que sería la única vez por la que volvería al instituto.
Los lunes eran los peores días de la semana, y no porque empezasen las clases de nuevo, que también, sino porque los imbéciles de los repetidores parecía que aprovechaban los fines ...
... de semana para pensar en motes nuevos y en cómo meterse conmigo antes que usarlos para descansar como hacía la gente normal. Richi era el matón por excelencia, típico chico que va de guay por ser el mayor de todos nosotros y por estar saliendo con María José la tía más buena del instituto. No sé cuántas pajas me habré hecho pensando en esa mujer pero estoy seguro de que supera las tres cifras.
El culo de esa mujer no era normal, la curva que la hacía la falda del uniforme del instituto era espectacular, mis amigos y yo de vez en cuando incluso intentábamos agacharnos a lo lejos para ver si se le conseguía ver algo. Hasta aquel día después de las vacaciones de verano donde nos dimos cuenta que ya no hacía falta agacharse más, durante aquellas vacaciones había echado tal culo que la falda le venía pequeña.
La forma de andar dando pequeños botecitos a la que nos tenía acostumbrados se había convertido en la mayor danza de provocación. Con cada bote la falda se subía lo suficiente como para poder ver el perfil del color de las bragas que llevaba ese día y lo mejor de todo no era que ella sabía que todo el mundo la miraba, sino que le encantaba que la mirasen. Siendo así los mejores días los viernes, María José acostumbraba a venir con un tanga color carne el cual hacía parecer que no llevaba nada.
Me ponía de los nervios solo de pensar que aquel malnacido de Richi se habría pasado el verano entero tirándosela en todas las posturas habidas y por haber, pero pensándolo en ...