El lunes por la tarde llegué a la casa donde trabajaría como empleada doméstica. Mi patrón se llama Mario, tiene 47 años, buen aspecto, aunque petiso; es publicista, divorciado y vive solo.
Esto último me gustó: no tendría mucho trabajo ni debería atender niños. Además, me encantó el modo lujurioso como me miró. Yo me llamo Carmen, tengo 22 años, mido 1,70, soy delgada, pelo castaño claro, piernas largas, senos grandes, cintura fina y cola dura. No soy una belleza, pero mi cara atrae por mis grandes ojos marrones y mi boca chica con labios carnosos.
Ese lunes, para impresionarlo, me presenté con una minifalda de jean, bien ajustada, y una remera pegada a mis tetas. Lo dejé con la boca abierta a Mario. Me di cuenta que lo había excitado. Me llevó hasta la habitación que ocuparía, diciéndome algo nervioso que podía bañarme y descansar hasta el otro día, a las 8. “Ah, en el placard hay dos vestidos, para el trabajo. Los compré para la chica que estaba antes, que era más bajita que vos, y casi no los usó. Si no te andan, compro otros. Ahora, me voy a descansar un rato…” Y se metió en su dormitorio, enfrente del mío.
Ricas sorpresas
Mi cuarto era lindo, hasta tenía televisor y un DVD. Me desnudé, saqué mi escasa ropa de la mochila, y abrí el placard para ver donde la acomodaría. Entonces vi la “ropa de trabajo”. Eran dos vestidos enterizos estilo jumper, de tela fina, ambos de color blanco, que me parecieron muy chicos. Como estaba desnuda, decidí probármelos.
Quien ...
... los usó debió ser una niña. Por arriba, apenas me cubría mis senos, y me quedaban tan cortos que si caminaba se veían el comienzo de mis nalgas. “Si uso esto para trabajar, lo voy a poner al palo a mi patrón”, pensé sonriendo.
Me quedé con uno puesto y abrí los cajones del placard. En el segundo me llevé una linda sorpresa: había cinco revistas pornográficas. Dos eran de putas teen, una de lesbianas, otra de sexo hardcore y la última de transexuales.
También encontré ocho DVD pornos. Me pusieron cachonda. Me tiré en la cama para mirar las revistas y al rato ya estaba con la concha mojada, tocándome. Prendí el televisor, puse un canal de música, subí el volumen y me masturbé.
Sus gustos
Estaba anocheciendo cuando sentí golpes en la puerta de mi cuarto y la voz de Mario. “Carmen, no te levantés. Tengo que salir de urgencia, por mi trabajo. Vuelvo en dos horas”, dijo. Luego escuché la puerta de calle y un auto que arrancaba.
Dejé pasar diez minutos y me levanté, con el jumper puesto. La puerta del dormitorio de mi patrón estaba cerrada. Giré el picaporte y me alegré que no tuviera llave. La cama de dos plazas se encontraba revuelta; un televisor y computadora, apagadas. Sobre la mesa de luz, una botella de vino tinto y un cenicero lleno. El ambiente estaba cargado un olor conocido para mí: semen.
Levanté las sábanas y descubrí lo que imaginaba: un bóxer con manchas de acabadas masculinas. Intuitivamente, prendí el televisor. Apareció el título de una porno. Di ...