Silvia llegó a las dos menos cuarto delante del hotel. Allí estaba Pepe, esperándola.
Salió del coche y se acercó a el. Se saludaron y, para romper el hielo, ella se puso de puntillas y besó sus labios. El se sorprendió, pero de seguida le devolvió el beso. Se besaron. Lo que hubiese podido ser un simple besito se convirtió en un beso apasionado. Pepe la apretó contra el y sus cuerpos se pegaron durante un buen rato.
Se cogieron de la mano y entraron en el hotel. Pepe llevaba una maletita.
- ¿Qué llevas ahí dentro?
- Nada importante, es para dar el cambio.
Fueron directamente al ascensor y subieron hasta la 3ª planta. Se dirigieron hasta la habitación 320. Entraron.
Silvia se quedó un poco parada. No sabía que hacer ahora que estaba en la habitación.
Pepe abrió la maleta sobre la cama y sacó un frasco de aceite de masaje.
- El aceite que probamos en la tienda, dijo el.
- ¿Y que quieres que haga?
- Bueno, que te parece si pasas al cuarto de baño, te quitas la ropa y vuelves con una toalla para que te haga un masaje relajante.
- Bien.
Silvia se fue al baño. Al cabo de muy poco tiempo, salió envuelta en una toalla. Él había abierto la cama y le hizo una señal para que se tumbara sobre ella.
Ella lo hizo, se tumbó boca abajo.
- Tienes que destaparte la espalda para el masaje…
Silvia se arqueó un poco para desatarse la toalla y se destapó un poco la espalda. Pepe se acercó y cogiendo la toalla muy suavemente para bajarla. Se paró ...
... justo cuando la toalla llegó al nivel de las nalgas. Pepe aprovechó para mirarla. Le gustaba la curva que hacía su espalda, como se estrechaba su cintura y como se ensanchaba sus caderas.
Pasó una mano muy ligera sobre la espalda de Silvia. Se oyó un suspiro.
Pepe se echó un poco de aceite en las manos y las restregó para calentarlas un poco. Aplicó sus manos sobre los hombros de Silvia y empezó su masaje, suavemente, con mucha delicadeza. Primero paseó sus manos por toda la espalda de Silvia para cubrirla de aceite. Luego, volvió a los hombros y desde allí, empezó el descenso hasta el final de la espalda. Bajaba muy, muy poco a poco. Masajeaba en todas las direcciones; en círculos, de arriba abajo, de derecha a izquierda, e iba cambiando también la presión que hacia con las manos, pasando de una ligera caricia a un apretón más fuerte, pero sin pasarse nunca.
El olor del aceite era fuerte pero agradable y el roce de las manos de Pepe también era agradable. Silvia se iba relajando. Los nervios que sintió al llegar a la habitación del hotel ya habían desaparecido. Solo quedaban dos cosas en su mente: el masaje y estar desnuda en una habitación con un hombre que acabaría cogiéndola. Era realmente una situación muy erótica para ella, notaba como se le humedecía su sexo.
Pepe seguía con su masaje. Había bajado de los hombros para llegar a media espalda. De ahí, bajó hasta los costados de Silvia, rozando, a propósito, el nacimiento de sus pechos.
- No pierdes ni una ...