... raptado por tu deseo de sexo, ¿qué pasa?", anoté; "Ay, Irene, tanto trabajo no me permite establecer relaciones sentimentales de cierta calidad con chicas, me tengo que desahogar yendo a prostíbulos, cosa que no me satisface en absoluto, por eso cuando te he visto desnuda me he acordado de cuando éramos más jóvenes y me he empalmado, de cuando follábamos a escondidas en casa de tus padres simulando que estábamos estudiando... ¿te acuerdas?, ¡qué tiempos!, ¡cuánto te eché de menos cuando tuve que irme al extranjero!", explicó Darío; "Bueno, aún se puede recuperar el tiempo perdido", prometí, "ahora voy a ir a la cocina a buscar algo fresco, ¡qué calor hace!"
Me levanté de la hamaca y me dirigí descalza hacia la casa. A pocos pasos de llegar a la terraza ya empezó a llamarme la atención no ver de primeras a Luisa y Carlos: no estaban visibles, claro que, cómo iban a estarlo si los sorprendí tumbados sobre las baldosas: Carlos le comía el coňo a Luisa entretanto ella a horcajadas sobre su cabeza se inclinaba y le comía la polla: ambos gemían bajito, henchidos de placer; después, habiendo sobrepasado la excitante escena sin hacer ruido, me encontré a Germán y Luisa unidos como si fuesen uno: Luisa, apoyada en la encimera con los brazos estirados, estaba de espaldas a Germán, y éste la penetraba por el agujero del culo con un ímpetu extraordinario, embistiendo con sus nalgas en tensión: ambos jadeaban y pronunciaban palabras ininteligibles.
Sin molestar, de nuevo, corrí, ...
... desnuda sobre el césped, mis piernas ligeras, mis tetas como campanas, para reunirme con Darío. Cuando llegué, a poca distancia de él, me detuve en seco: Darío se estaba haciendo una paja: empuñaba su venoso falo en su mano derecha, que subía y bajaba el pellejo que cubría su glande encarnado. Había que tomar una determinación; me coloqué frente a Darío; mi sombra hizo que abriese los ojos; me recosté en la hamaca junto a él y le dije al oído: "Darío, para, yo continúo, ¿la quieres con la boca?"; "Sí, por favor, con tu boca, Irene, lo necesito, te lo juro", murmuró él entre dientes.
Junté mis rodillas y las plegué para obtener espacio, doblé mí cintura y ataqué su polla desde arriba, llevándomela a la boca con facilidad; después contoneé mi cabeza como si fuera un sacacorchos y luego empecé a pasar mis labios, descendiendo y ascendiendo; su miembro, humedecido por mi saliva, respondía a mi estimulante masaje agradecido, ensanchándose, aumentando de tamaño de forma considerable, hasta que me costaba abarcarlo con mi boca; empecé a degustar flujos que me transportaron a aquel sabor grupal de cuando éramos más jóvenes, de cuando Darío me follaba con virilidad hasta en los aseos de la facultad: era el gustillo de esos líquidos preseminales que me anunciaban el fin de la mamada, ya que yo no consentía en ese tiempo que su semen manchara mis dientes, pero no iba a ser así ahora, en este momento, aunque él no lo supiera. "¡Irene, me corro!", avisó Darío. Levanté la cabeza y suspiré: ...