Durante todo el tiempo que duró la comida, yo sabía que Darío sólo pensaba en meter su polla en mi boca: cada vez que devoraba un muslo de pollo, cada vez que sostenía una aceituna entre mis labios antes de aplastarla entre mis dientes, cada vez que mordisqueaba una tajada de sandía. Darío deseaba con ansia que mi dulce de sobremesa fuese su hermoso cipote. Y yo... pues, para qué negarlo, también me moría por tenerlo en mi interior y sacarle una gran corrida. Pero todo a su tiempo.
Era un almuerzo entre amigos; estábamos en la terraza del gran chalet que Darío poseía en la sierra. Habíamos sido invitados antiguos compañeros de carrera, aunque únicamente habíamos podido ir cinco: Cristina y su novio Germán, Luisa, Carlos y yo. Para dar aliciente al encuentro, y para estar más frescos, pues el calor apretaba a esa hora del mediodía, decidimos desnudarnos. Ahora sabéis por qué dije anteriormente que "Darío sólo pensaba en meter su polla en mi boca", sí, porque veía su erección.
Terminamos de comer y empezó la sobremesa:
"Darío", dije yo, "cuéntanos cómo amasaste la fortuna que te ha permitido comprar este lujoso chalet"; "Sí, eso, dinos tu secreto", dijo Carlos mientras encendía un cigarrillo.
Darío, entonces, comenzó a hablar por los codos, mirando a todos alternativamente, no obstante yo notara que sus ojos se posaran en mis bronceadas tetas a menudo. Cada vez que esto sucedía yo echaba hacia delante mi torso para que mis pezones se posaran sobre la mesa a modo ...
... de apetecible manjar, haciendo que en más de una ocasión Darío tartamudeara. A todo esto, ¡no os he descrito a Darío! Antes, diré de mí que soy una mujer joven, algo rellenita pero sin gordura, de pechos generosos y firmes y rostro de rasgos finos, nariz respingona y boca pequeña de labios carnosos; de Darío diré que es un hombre alto, mi cabeza apenas alcanza su pecho, fornido y de piernas duras como columnas.
Darío cesó de charlar, momento que aprovechamos para recoger la mesa y llevar cubiertos y platos a la cocina. Cristina y Germán se ofrecieron a lavar los cacharros en el fregadero; Luisa y Carlos barrerían la terraza mientras; y Darío y yo nos propusimos para ir a adecentar la zona de la piscina. No tardó mucho Darío en pasar al ataque, pues a medida que avanzábamos juntos por el pasillo ajardinado que conducía a nuestro destino, su erección iba en aumento. Así que me detuvo enlazando mi cintura con un brazo y besó mis labios con desesperación, acariciando mi paladar con su lengua; luego le tocó el turno a mi cuello, que humedeció con su saliva, y a mis tetas, que casi masticó.
"No, Darío, espera", le ordené, "espera un poco", le repetí inclinada hacia atrás como estaba por su espontáneo empuje; "Vale, como desees, Irene", (es mi nombre) accedió.
Llegamos junto a la piscina. Había dos hamacas dispuestas muy cerca, y después de quitar hojas e insectos de la superficie del agua nos tumbamos al sol de la tarde, bajo un cielo limpio de nubes.
"Darío, te noto ...