1. Memorias de un solterón


    Fecha: 03/03/2018, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... ganar. En fin que, de la noche a la mañana, los huéspedes estables, como yo, nos vimos compuestos y sin techo bajo el que guarecernos.
    
    Para entonces, los años ochenta estaban ya más que encima, corriendo ya el año que completaba la séptima decena de años del pasado siglo XX, esto es, 1980, con mis cuarenta “tacos de almanaque” al caer sobre mi cuerpecito serrano, lo que también significaba que la cosa de la vivienda, en Madrid capital, empezaba a ser asunto más que peliagudo, con los alquileres y la compra de vivienda por las nubes, para los sueldos de la época. En fin, que, también, era la época en que los madrileñitos que precisaban piso iniciaban la desbandada hacia el “Más Allá”, como humorísticamente se empezaba a llamar a las poblaciones del inmediato cinturón urbano de la capital de España, lugares como Leganés, Alcorcón, Móstoles, Fuenlabrada, Alcobendas, Coslada o Torrejón de Ardoz, por aquello de “No; yo vivo más allá, más allá”…
    
    Vamos, que acabé sentando mis reales en uno de esos nuevos núcleos urbanos que se da en llamar “Ciudades-Dormitorio”, pues sus habitantes, en forma más que mayoritaria, en Madrid Capital, con lo que esos españolitos salían de casa bien tempranito, como mucho, las seis de la mañana, cuando no a las cinco, como era mi caso. En fin, que me vi habitando un barrio, en una de esas “Ciudades Dormitorio”, de eminente rango obrero, desde “paletas”, albañiles u obreros de la construcción, como ahora se dice, hasta mecánicos, electricistas, ...
    ... camioneros etc, sin faltar, tampoco, algún que otro, algunos que otros, “chupatintas”, esto es, oficinistas de distinto pelaje, empleados de banca y demás, en un edificio que daba a una plaza interior de casi perfecta forma rectangular, adosada, por un lado, a una avenida, la principal vía del barrio
    
    Allí conocí a Antonio, tocayo mío, pues también yo me llamo así, que llegaría a ser un gran amigo mío; también, a su mujer, Mari Carmen, o Carmen, a secas. Ambos vivían, con sus dos hijos, chicos los dos, en el mismo edificio o torre que yo habitaba, ellos en el tercero, yo en el sexto piso o planta. Eran más jóvenes que yo, bastante, además, pues él tenía, entonces, treinta y dos años, en tanto ella era sólo unos meses más joven, seis o siete, con lo que si el marido estaba ya en los treinta y dos años, ella estaba casi a punto de cumplirlos, en tanto yo andaba ya más en los cuarenta que en los treinta y nueve, a semanas de tal cumpleaños. Antonio trabajaba en una empresa de de paquetería, de envíos exprés, urgentes, lo mismo cartas como paquetes no muy grandes, en tanto su señora era de esas mujeres que pasan desapercibidas, callada, muy, muy discreta, metida en su casa, como norma, metida en su casa, dedicada siempre a su marido y sus hijos, bajando a la calle lo imprescindible la diaria compra y poco, poquísimo, más.
    
    Pero ocurrió que unos ocho años más tarde, a mi gran amigo le diagnosticaron un cáncer que, para más INRI, era de esos que acaban con uno en un sí u sí, de ...
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