1. ¿Se vive en surrealismo?


    Fecha: 27/01/2018, Categorías: Incesto Autor: shizu, Fuente: SexoSinTabues

    ... cubrían una pequeña zona de su entrepierna: tierna, rosada, mojada y delicada. Con las manos en sus rodillas, le abro las piernas, me coloco sobre ella, la miro a los ojos, nos besamos, nos acariciamos, mi pene besa su vagina, la siente, se moja de ella, de sus labios. Gemidos agitados, respiraciones coordinadas, manos enloquecidas, piernas temblorosas. Con mi diestra, tomo cual domador a mi pene y lo coloco en la entrada de su humanidad: húmeda y tierna. La miro a los ojos tiernamente, ella me responde de igual manera mientras lleva sus manos al pecho para depositarlas sobre su boca y morder su índice. Lentamente muevo mi cadera hacia delante para que mi pene se abra paso por entre sus labios. Lentamente empiezo a penetrar a mi hermana. Lentamente mi pene conquista sus rincones. Junto a esto, un gemido profundo escapa de su pecho inundando toda la habitación. Sus manos dejan su boca para apresar mi cuello y espalda. Sus dedos se insertan en mi piel demostrando dolor. Sus ojos cerrados a presión placentera se abren cuando mi pene está dentro lo más que puede; nos miramos. Empiezo. El vaivén de mi cadera da inicio a una sinfonía casi celestial de gemidos aprisionados entre sus labios. Coloco ambas manos a los costados para quedar totalmente sobre ella y así dejar que sus piernas se entrelacen por sobre mi cintura y sea prisionero de su suave piel mientras mi pene domina cada rincón de su interior, húmedo, tierno, apretado. Sin medirlo, sin meditarlo, enderezo mi cuerpo ...
    ... apoyándome en mis rodillas, paso su pierna por sobre mi cabeza y le indico que se coloque boca abajo, apoyada de las rodillas y su cola levantada hacia mi. Luego de ello, mi mano se coloca en su cintura y con la otra, sujeto desde el falo mi pene, para comenzar a buscar bajo esas nalgas, esas redondas, firmes, delicadas, blancas y perfectas nalgas, la entrada al placer. No hago más que introducir mi miembro para que ella encorve su espalda y suelte su infantil gemir. No sé si el cielo fuera sería cómplice nuestro. No sabía si el ruido culposo que inundaba esa habitación dejaría testigos ciegos de aquel acto de simple placer sin ideas. En ese momento no sabía nada, sólo, estaba dedicado a sentir placer de aquel cuerpo familiar, aquel cuerpo de blanca piel como la leche. Aquel cuerpo proporcionado por ingeniería genética. Aquel cuerpo que estaba siendo mío por detrás, siendo mío gracias a embestidas delicadas pero firmes que concluían en el familiar sonido de las pieles chocar en un coordinado ritmo entre gemidos y embestidas. En las últimas embestidas, apoyé todo el peso de mi cuerpo sobre el de ella, logrando así que ambos cayéramos acostados boca abajo. Yo sobre ella, cubriendo como mi físico el de ella, nuestros rostros pegados por el costado, nuestras bocas abiertas respirados agitadamente, gimiendo. Mis caderas embestían, embestían. El animal hundía el cuerpo de mi hermana en la cama. Mi pene se introducía, se expandía. Mi pene dominaba su interior. Mi pene la abría, la hacía ...