Relato de una pasión.
Fecha: 21/04/2020,
Categorías:
Fantasías Eróticas
Autor: papepipopu077, Fuente: RelatosEróticos
El rubor en sus mejillas me indicaba que había algo más en sus intenciones. Yo ignoraba si era mi imaginación o realmente el ambiente entre ambos era tan electrizante como parecía.
Sus ropas eran ceñidas; su cabello, brillante y liso; sus labios, jugosos; y su mirada…
De improviso se abrazó sobre mi regazo, y mi excitación aumentó de tal manera que fue imposible esconder la consecuencia bajo mi pantalón.
Sorprendido, me aparté, más ella se aferró con mayor presión. ¿Quién era yo para negarme a semejante declaración? Al fin y al cabo ése había sido el objetivo detrás de mis palabras de seducción.
La abrace, y ella contoneó su cadera sobre la mía. Un reflujo bajo mi sexo inició una inspiración: ambos necesitábamos bebernos sin deternernos.
La cogí del brazo y anduvimos hacia nuestro hogar. En un callejón oscuro me detuvo y me aprisionó contra la pared. Sus besos me detuvieron el aliento y mostraron su naturaleza. No podíamos contenernos hasta llegar a mi casa. Una irrefrenable pasión nos dominaba y jugaba con nosotros como títeres de placer.
Los fluidos mojaban ya nuestros sexos como si nuestras bocas se tratasen. Reuní la poca voluntad que me quedaba y la separé de mí. Semejante pulsión no debía malograrse en un maldito rincón.
Esa intensidad iba a durar toda la noche, y lo íbamos a lograr.
El camino fue un suplicio de besos, caricias y excitación. La erección no era disimulable, ni ganas que tenía, por lo que al abrir la puerta de mi entrada, agarré ...
... a mi acompañante y la elevé entre mis brazos. Ella sonrió ante lo que se avecinaba, y me desnudó con violencia. No pude ser menos, y la despoje de sus vestimentas.
Me detuve. Semejante belleza era digna de admiración, de alabanza, y de «ver y no tocar». Sus senos eran el equilibro perfecto, cincelado con la misma simetría que su cadera definida y marcada de sensualidad.
¿Qué maldición? Nuestros cuerpos desnudos eran las piezas de un puzzle que exigían la unión.
Pero aún no. La tentación no podía acabar en un mero instante de fricción. Mi físico pretendía ser atractivo para ella, pero más importante era mi actuación. Debía ser fuego en ebullición.
Nos susurramos al oído aquello que queríamos decir, y que no volveríamos a pronunciar jamás.
Ella estaba húmeda. Sus labios en la pelvis eran más luminosos que el carmín en su boca. Ambos ansiaban besar lo que estaban destinados a succionar.
Nos enzarzamos en un baile de contoneos, persecución y magreos. Nuestros sexos no fueron tocados hasta que una gota de néctar asomó por mi glande. Era el inicio que indicaba el «no-retorno».
Ella agarro mi virilidad y yo masajeé su feminidad. Aquella era una carrera por ver quién profería mayor placer… y amor.
Quince minutos, veinte minutos, media hora…
No penetré hasta que no estar seguro de que ella no estuviese al borde del abismo, ante la locura de su explosión. Varias veces pude haberla tirado, varias veces lo impedí en el último segundo.
Su desesperación aumento, ...