Mi vecina Concha
Fecha: 23/06/2017,
Categorías:
Sexo con Maduras
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Esta historia me ocurrió hace ya seis años cuando estaba en la Universidad. Por aquel entonces yo compartía piso con otro chico que era tres o cuatro años mayor que yo. El trabajaba en la ciudad y cada fin de semana iba a su pueblo para visitar a su novia, así que yo me quedaba solo desde el viernes tarde hasta el domingo por la noche.
Mi atracción por las mujeres maduras me viene desde muy pequeño, pero nunca había tenido oportunidad de acercamiento a ninguna, sobre todo por vergüenza o miedo a un tremendo escándalo. Como ya he dicho, vivíamos en un piso alquilado, antiguo y nuestros vecinos eran casi todos bastante mayores. Creo que nos veían como a sus nietos y nos tomaron bastante cariño. También eran bastante condescendientes con las fiestas que yo organizaba algunos sábados en la casa. Nosotros, por nuestra parte, les ayudábamos en todo lo que podíamos.
Al lado de nuestro apartamento vivía Concha con su marido que era bastante mayor que ella. Concha tendría unos 58 años y su marido debía pasar de los 65 porque estaba jubilado y parecía un auténtico abuelo. Concha, sin embargo, conservaba mucha vitalidad y era una mujer bastante alegre, siempre sonreía cuando hablábamos. Además también conservaba un físico relativamente atractivo: culo respingón, buenas caderas, muy buenos pechos y se adivinaba que había sido muy guapa de joven. Sinceramente, yo le eché el ojo la primera vez que la vi, especialmente porque cuando estaba en casa siempre vestía una bata que dejaba ...
... ver parte de sus muslos y su escote.
Concha estaba encargada de llevar los asuntos de la comunidad de vecinos, así que venía con asiduidad a nuestro apartamento para avisar de esto o aquello. Pero, lo que me puso en guardia fue observar que solía venir cuando mi compañero de piso no estaba, es decir, en horario de trabajo o durante el fin de semana. Yo empecé a mirarla con ojos viciosos y a sonreír mirando a su escote, pero siempre de una forma muy delicada. Ella parecía que entraba en el juego porque respondía a mis miradas con otras muy parecidas y cada vez encontraba una excusa más estúpida para llamar a mi casa. Sin embargo, yo no me atrevía a dar el paso.
Un día que volvía de la Universidad me vió mientras conducía y me invitó a subir al coche. Yo acepté encantado. Cuando subí al coche me percaté de que su falda estaba anormalmente subida y se podían ver casi la totalidad de sus piernas, un poco rellenitas, pero muy, muy ricas. Íbamos hablando, pero mis ojos caían una y otra vez sobre sus muslos apetitosos. Ella se daba cuenta y lejos de enfadarse, sonreía de forma pícara. Además cada vez que cambiaba de marcha separaba un poco más las piernas como si deseara que le metieran mano. Yo estaba a cien, mi polla se salía del sitio pero no se notaba porque estaba sentado. Al salir de coche intenté acomodar mi polla empalmada, pero fue imposible, la erección era tan grande que no podía hacer nada. Cuando llegamos al portal ella iba delante y al intentar abrir la puerta, sin ...