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Los perturbadores mensajes de mi hermana (parte I)
Fecha: 23/06/2019, Categorías: Dominación / BDSM Autor: juliomarkov, Fuente: CuentoRelatos
... más frecuentes y mis descargas de semen cada vez más abundantes. Al quinto día ya podía declararme adicto al ojete de Vale. Me era imposible no mirárselo. Cada vez que ella se paseaba delante de mí, mis ojos se clavaban en sus nalgas de manera automática, aun en presencia de mi cuñado. Para no despertar sospechas, mi cerebro mantenía activado todo un sistema de alertas que me proporcionaban el decoro necesario para que mi obsesivo acecho no quedara en evidencia. El morbo que me provocaba calentarme tanto con el culo de mi hermana se sumaba al de hacerlo ante los ojos de su marido, y al secreto orgullo que me producía la discreción de mis observaciones. Estaba convencido de que éstas eran indetectables. Quizá fue por esto que esa tarde, al despertar de mi siesta, aquellos primeros mensajes encendieron en la pantalla de mi teléfono una luz de terror que casi me provoca un desmayo: “¿Te gusta mi cola, pendejo?” “Me la vas a gastar de tanto mirármela” Mis ojos se desorbitaron frente a la pantalla de mi celular. Una sudoración fría brotó de los poros de mi piel y aquel temblequeo que me había invadido en el tren volvió más fuerte y despiadado. Completamente envuelto por una vertiginosa cerrazón, volví a leer los mensajes. Y a releerlos. Pero mi asombro no cesaba. Mi corazón galopaba como potro desbocado. ¿Sería posible que me hubiera descubierto mirándole el orto? Revisé varias veces mi teléfono: pensé que podía tratarse de una broma o un error. El estilo de ...
... putita soberbia que imperaba en los mensajes me dio la esperanza de haberme equivocado al agendar el contacto: quizá le había asignado el nombre de Vale al número de algún amigo bromista o de alguna vulgar compañía de ocasión. Para mi desazón, comprobé que el número era el correcto –o quizá deba decir el incorrecto–: no había duda de que los mensajes provenían del celular de mi hermana. No respondí. Me quedé encerrado en mi habitación, inmóvil, aterrorizado. Pasaron horas. Se hizo de noche y yo sólo pensaba en cómo pedir disculpas. En esa tesitura, logré esbozar un breve discurso que ensayé más de diez veces. Cerca de las 21 recibí otro mensaje de Vale; éste era más largo y aún más perturbador que los anteriores: “Bajá a cenar, pendejo. Me puse una calcita que me marca bien la cola, parece que me va a explotar, jajaja. Quiero que me la mires todita. No sabés cómo me pone que me recontra mires la cola delante de Ernesto. Me hace sentir bien yegua” Esta vez mi estupor fue más grande; tan grande cómo la erección que experimenté de inmediato. Mientras mi verga casi desgarraba la tela de mis pantalones, mi desconcierto casi le provocó un cortocircuito a mi cerebro. Esa no era la Vale que yo conocía. No parecía mi dulce y circunspecta hermana la que escribía esos mensajes. Ella no usaría ese lenguaje tan soez. La que escribía esos mensajes tenía que ser una verdadera zorra, igual a la que imaginaba en mis más recientes fantasías. La mórbida excitación que me causó descubrir ...